viernes, 27 de febrero de 2009

BUENAS CONSTANTES


F
rente a los que en los albores de la democracia pensaban que el Estado de las Autonomías iba a significar el “fin de España” (¿no les suena a ustedes la cantinela?), el resultado a la vuelta de los años ha venido a refrendar que las diferentes regiones del país necesitaban asumir responsabilidades en forma de competencias.

Hace relativamente poco, Castilla-La Mancha obtuvo el placet del Gobierno central para organizar su propio sistema de salud pública. El balance, observando la fría estadística, es realmente bueno, y en poco tiempo podemos asegurar que la sanidad castellano-manchega ha recorrido en poco trecho lo que a otras regiones les costó más.

Quedan problemas por solucionar. Está claro que el sistema no es perfecto y menos cuando hablamos de la salud de las personas. Las quejas normalmente suelen ser numerosas en este sentido, pero el esfuerzo emprendido por la Junta para mejorar el servicio es meritorio y loable. Castilla-La Mancha sale del atraso secular en infraestructuras médicas con hospitales que están a la última en equipamiento y en lo que es más importante, el capital humano. Y es más, hasta se está destapando un tímido pero imparable camino de la investigación en varios centros hospitalarios de la región. Ante la dispersión poblacional que presenta la comunidad lo mejor es proveer a los castellano-manchegos de centros de salud. La inversión presupuestaria en los últimos años ha ido en esa dirección, así como en habilitar más y mejores recursos para una eficiente atención de quien requiera de la sanidad pública.

Lo deseable es que problemas como las listas de espera se reduzcan hasta desaparecer, aunque esto parece harto improbable. Sin embargo, la media de espera en la provincia de Albacete es singularmente inferior a la regional. Un paso más. Aunque imperfecta, está claro que la sanidad castellano-manchega ha aprendido a ser lo que debe ser un servicio público. Que otras regiones aprendan.

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