miércoles, 24 de octubre de 2018

Ik hou van Amsterdam


Huyan de Amsterdam. Huyan de hacer lo que hace todo el mundo. No sigan la corriente. Construyan su propio camino como lo hizo un desventurado Vincent van Gogh que moriría triste, solo y pobre al final de sus días pero que lo hizo con la cabeza alta por haber vivido una vida que ya muchos quisieran. Al menos, el genio holandés se fue a la tumba pensando en comedores de patatas, en paisanos, en campos con cuervos, en sillas, en cafés. Se murió pensando en sí mismo.

Piensen en sí mismos si quieren visitar Amsterdam. Háganlo con la cabeza fría y el corazón caliente, prestos a descubrir una ciudad fascinante, una gran capital europea pero que en el fondo tiene un poso cercano, amigable, luminoso… incluso si uno lo visita durante una de las olas polares más salvajes de los últimos decenios, como fue nuestro caso. Pero el frío agudizó nuestros sentidos y nos sentimos ávidos de conocer esa otra Amsterdam, la que huye de sitios comunes, del panfleto turístico, para tomarle el pulso a la ciudad que va más allá del vicio y el pecado. Bienvenidos a la Amsterdam de los rincones, de los recovecos, de las callejuelas, de los museos. Bienvenidos a la Amsterdam que se saborea bocado a bocado en cada bar, en cada puente, en cada puesto de haring. Sean bienvenidos a una ciudad que se reinventa en cada visita.

Nuestro paso por la principal ciudad de los Países Bajos tiene como eje vertebrador los museos. Quisimos tomar como referencia algunos de sus espacios culturales más importantes para articular una visita que sin estar organizada, sí que tuvo cierto grado de lógica interna. Queríamos que fueran los maestros flamencos de la pintura del Siglo de Oro nuestros guías, para después rendir pleitesía al hijo predilecto de Zundert mientras tomábamos un café tranquilo, pausado, mirando a los canales y tomábamos aire para zambullirnos en la magia de la ciencia en uno de los museos más maravillosos de Europa. Todo ello con tiempo. Con tiempo para pasear (a pesar de la gélida temperatura), para comer, para comprar, para respirar Amsterdam por los cuatro costados e incluso dejando espacio para la sorpresa en forma de una histórica casa que visitamos por casualidad. Allí nos topamos con historias fascinantes que les contaremos en otro artículo.

Hazlo tú mismo

Queríamos que fuera un viaje único, recordado por pequeños detalles, por algo que no vieras o consultaras en una guía turística. De hecho, no pedimos información turística alguna sino que nos dejamos llevar. Que los pies nos llevaran por esta calle, por aquella plaza. Que tu instinto te guiara hacia donde vieras algún punto de interés. Así descubrimos callecitas llenas de encanto con tiendas que sin ser únicas, sí que imprimían un sello singular a lo que vendían ya fueran patitos de goma, gominolas con forma fálica o ropa vintage.

En toda ciudad que se precie uno debe hacer dos visitas ineludibles: al pulmón verde y a sus mercados. Amsterdam está sobrada de ambos. Vondelpark es un lugar único, de desconexión del estrés y de unirse a la naturaleza. Hay algo mágico en este parque que lo hace distinto según la temporada del año que lo visites. Siempre te ofrece algo alternativo… y te prepara para dejarte en la vorágine de Leidseplein, bullicioso centro de la vida de la ciudad. Bares, restaurantes, tiendas, salas de conciertos, teatros. En un exiguo espacio encontramos el pulso de la urbe, aunque lo que diferencia a Amsterdam de otras ciudades es que todo aquí te sienta mejor: no te molestan los coches, no estorba el ruido, no te sientes agobiado y/o cohibido. Es como compartir un trozo de calle con tus amigos, con tu familia. Así de acogedora y leal es la capital de Holanda. Y en la calle, es donde se viven los múltiples mercados de la ciudad: Bloemenmarkt, Albert Cuyp Markt, Waterlooplein... Focos de vida, de ambiente, de compras a buen precio. Indispensable.

Y como aquí nadie te va a poner mala cara por querer ir por libre, puedes hacer algo que todo el mundo hace en Amsterdam: un crucero por los canales porque conocer su historia es saber de la historia de sus habitantes. Probablemente fuera la única concesión mainstream que pudimos hacer durante toda nuestra estancia.

(Continuará...)

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Artículo publicado originalmente en Berenjena Company.



martes, 2 de octubre de 2018

Vida de un viajante


Lo han vuelto a hacer. Sin perder ápice de sus señas de identidad (el absurdo, el humor, los personajes muy marcados y perfectamente desarrollados a lo largo de la trama), la Compañía Furtiva de Teatro ha sido capaz de no caer en la reiteración y aún así ser reconocibles dentro de la genialidad. Con Cruce de caminos, su tercer montaje en tres años, Carlos C. Laínez y Mili Lora han buscado nuevas fórmulas dramatúrgicas que calen en el espectador sin que por ello, se desestimen propuestas que gustaron en sus dos anteriores obras. Y lo han logrado con ciertas similitudes con uno de los grandes clásicos del teatro norteamericano, Muerte de un viajante. Es curioso cómo se parecen dos obras tan distantes. Ya, ya sé que me van a decir que me paso tres pueblos a la hora de comparar un Pulitzer con la obra de una compañía pequeña de aficionados al teatro, pero es que ahí reside la grandeza de La Furtiva; son así: descarados, impetuosos, insaciables en su búsqueda perpetua de la felicidad (teatral).

Déjenme que enumere dos o tres aspectos que me parecen coincidentes entre Cruce de caminos y Muerte de un viajante: por supuesto, comenzamos conociendo a un personaje, un viajante, un chamarilero, un vendedor que vaga por esos caminos polvorientos. Eso es lo más visible, pero es que en ambos textos encuentras claves como la distorsión del núcleo familiar (disfuncionales, malavenidas), la crítica a la sociedad de consumo, la insignificancia de ciertas virtudes o comportamientos morales y algunos más que no voy a mencionar por no pecar de pedante, que tampoco viene al caso.

Porque lo esencial es que La Furtiva vuelve a entregar una obra fresca, dinámica, con su mesurada dosis de humor absurdo, con sus acercamientos a lugares tan queridos por la pareja Laínez/Lora como el sarcasmo e ironía de los Monty Python, el mimo, el cine mudo, el musical y la sorpresa final, bien tamizada a lo largo de un texto bien compuesto y que es gloria para unos personajes que van y vienen en unos cambios de escena trabajados, que se transfiguran por momentos en otros caracteres y que ganan con el paso de los minutos de función. El regusto que queda tras haber presenciado este nuevo trabajo de La Furtiva es que necesitamos un segundo visionado de la obra, cosa fácil de hacer con esta compañía porque tienen la obstinada manía de actuar cada fin de semana en su teatro de La Bodega de Artistas (calle La Vid, 14; Chiclana de la Frontera).

Aún están a tiempo de acercarse a ese polvoriento cruce de caminos y mientras esperan un bus hacia cualquier lugar, buscar la luz que arroja una charla cualquiera. Puede que incluso hagan algún negocio que les reporte beneficios suculentos. Palabra de crítico.

Fotos: @zuhmalheur
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Artículo publicado originalmente en Berenjena Company.