lunes, 13 de octubre de 2014

Verdades incómodas

Balaguer y Álvarez Novoa, cada uno en su salsa.


La mentira es mejor que una verdad que duela. La ignorancia puede cumplir también ese papel anestesiador ante una certeza que de tan fría que es, puede resultar dañina para las personas. A veces uno piensa que mentir es la salida ante verdades incómodas, difíciles de digerir. La mentira otorga la felicidad. La verdad nos jode, pero como somos bastante gilipollas, apostamos siempre por la verdad. El ser humano y su sempiterno defecto de equivocarse una vez tras otra.

De mentiras bonitas y verdades incómodas va Una vida robada, obra de Antonio Muñoz Mesa dirigida por Julián Fuentes y el propio autor. Una obra que tiene como trasfondo el robo de bebés en los últimos años de la dictadura y los primeros de la democracia a cargo de oscuros intereses casi siempre con religiosos como protagonistas de estos tejemanejes. Un tema de actualidad, espinoso, que abre (y no cierra) debates y que ante todo, es jugoso material dramatúrgico.

Para hincarle el diente a ese texto cuatro actores, dos veteranos y dos jóvenes: Carlos Álvarez Novoa, Asunción Balaguer, Ruth Gabriel y Liberto Rabal. Los dos primeros bastante planitos, con actuaciones de relleno, sin expresividad alguna, sin alcanzar casi en ningún momento, la desazón o la emoción. Los otros dos, plenos de fuerza, motivación, desgarro. Son auténticos monstruos de la escena. Vista la parte actoral, estamos ante una obra de dimensiones estratosféricas. No decae el ritmo en ningún momento, te entra a degüello desde el segundo uno, busca la implicación personal del público desde sus primeras líneas de diálogo y te deja la sensación desasosegante de que la mentira recorre nuestras vidas y no podemos desembarazarnos de ella. Salvo en cierto tramo de la obra en que la cosa baja un poquito de tensión, Una vida robada te arranca el alma de cuajo y la pisotea para dejarte sin atisbos de respuesta ante un tema tan delicado como el que propone. Porque lo propone sin ambages, sin anestesia, marcando a fuego cada línea de diálogo que deja sin habla al espectador. Sinceramente, una obra para ser pensada, para ser revisitada, para ser comentada.

En la puesta en escena también nos podemos centrar, puesto que tanto el juego de luces, como las transiciones entre escenas, así como la escenografía jugaron un papel esencial en la trama de la obra. Nunca ha visto este humilde aspirante a critico, una vinculación tan impactante entre lo que rodea una obra, como en esta ocasión. ¡La puesta en escena estaba viva!

Lo mejor es el recuerdo, la impronta. Se va a hablar durante muchos años de esta obra porque ha marcado. Marca tanto como las verdades incómodas y las mentiras que un lector puede creerse aunque en realidad, uno crea en todo lo contrario que se cuenta... Y aplíquenlo también a esta crítica que acaban de leer y que no sé si se acaban de creer.


   

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