Un momento. Un solo instante que vale por mil. Un gesto, una forma de expresar, una palabra, un sonido... A veces basta con eso para dar por amortizada una entrada. Un bailaor con un cenital por mera compañía. El dominio del cuerpo, los gestos marcados, las sombras que recorren todos los centímetros de la piel. Y sin la compañía de la guitarra, del cajón... solo, armado con poderosas razones amigas de la armonía, de la belleza, el bailaor siembra de paz el escenario con el zapateao, con sus palillos, con ritmo electrizante a veces, manso otras. La tensión se muestra, se palpa, se transmite. El pellizco se consigue y el espectador, como fue mi caso, fue testigo de lo sublime, de los vericuetos del arte. Boca abierta, pasmo general y aplausos merecidos...
Ese fue uno de los grandes momentos que nos deparó Adalí, el espectáculo que la Compañía de Aida Gómez nos trajo hace unos días al Moderno. Un festín para los sentidos, un alarde de proporción y armonía (en el sentido neoplatónico o tomista de la palabra). Porque del ideal de armonía y de mesura, de la proporción, emana la belleza de la perfección. Y eso es lo que pudimos contemplar en un espectáculo que se nos hizo corto, cortísimo. Relamiéndonos que estábamos con la danza, cuando las luces se encendieron. Buen presagio ese. Cuando una actuación se te hace corta, es que lo que te han servido te ha dejado con grandes sensaciones. Eduardo Guerrero (qué escándalo de bailaor), Christian Lozano (templado y vistoso) y Aída Gómez fueron punzantes estiletes que inocularon estética a punta pala.
A Aída Gómez no la vamos a descubrir. Su brutal presencia escénica, su control del cuerpo, su innovación constante en un género que ha recorrido el filo del estancamiento, son sus señas de identidad. Gómez es la prueba fehaciente del ir más allá en el mundo de la danza española, del sincretismo, de la simbiosis. Y a fe mía que lo hace posible contemplando esa mezcla sabrosa de flamenco con tango y danza clásica. La coalición de las artes, la unión de la belleza. Y digo artes y digo bien, porque la música estuvo a la altura de la danza y el cante fue un aderezo esencial. Un esfuerzo titánico, heróico, que en tiempos de zozobra, haya mentes que gesten espectáculos tan embriagadores.
Gracias. Mil gracias.
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