lunes, 15 de noviembre de 2010

NO ES COBRE TODO LO QUE RELUCE


E
ntre las notas de sucesos que llegan todos los días a las redacciones, lo normal era encontrarse asesinatos, robos en bancos, secuestros, trapicheo de drogas, pero no robo de cobre. Una de las herencias que vamos a tener de esta dichosa crisis va a ser precisamente ese fenómeno. Ya no es raro encontrarse con cacos o bandas organizadas que se dedican a sustraer el cable de cobre de infraestructuras (arquetas de luz de autovías, por ejemplo), o de explotaciones agrarias.

Las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado son conscientes de que este tipo de delitos están cada vez mejor estructurados e, incluso los ladrones, llegan a conformar mafias internacionales que provocan una curiosa paradoja: la empresa o persona que sufre estos robos al final debe desembolsar una cantidad millonaria por comprar un material que proviene, precisamente, del reciclaje de lo sustraído. Es un negocio redondo en todos los sentidos: tanto para los delincuentes, que obtienen pingües beneficios, como en el círculo vicioso de instalación-robo-venta-reciclaje-instalación en que puede resumirse este fenómeno.

Los expertos coinciden en que el modus operandi tiene una doble vertiente: las minúsculas bandas que hacen pequeñas aprehensiones y las mafias organizadas y de carácter internacional. Unos y otros no sólo se diferencian en la cantidad de cobre que roban, sino en sus receptores. Mientras los cacos de poca monta, utilizan las chatarrerías como lugar donde obtener dinero a cambio del preciado metal, las mafias organizadas buscan en China el mercado donde colocar la mercancía. La imparable industrialización del gigante asiático hace que la demanda de cable de cobre sea especialmente intensa. Las mafias roban aquí lo que distribuyen en algún puerto europeo para que luego termine todo en China.

¿Qué hacer ante este fenómeno? Más vigilancia, más seguridad, y conocer, como conocemos ahora, los resortes de un negocio que está empobreciendo a unos mientras enriquece a otros.

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