miércoles, 22 de septiembre de 2010

UNA BUENA PERSONA

A
nte todo, Labordeta era eso, una buena persona. Una persona que quiso servir a sus semejantes como buenamente pudo, ya fuera a través de su vertiente docente como profesor de Geografía, Historia y Filosofía (donde tuvo como alumno a Federico Jiménez Losantos), o como cronista de la Transición aunque sólo sea por ser el compositor del Canto a la libertad, o como diputado “raso” con un punto a medio camino entre el pragmatismo y el idealismo. Labordeta caía bien, por eso era buena persona. Por eso, su muerte nos deja un hueco profundo en el corazón a todos aquellos que nos echamos con él la mochila al hombre recorriendo los paisajes de nuestro país, tomando un vino con los lugareños de Cariñena o comiendo pulpiño en alguna aldea gallega.



Labordeta es un personaje necesario. Y digo es, en presente, porque su legado tiene que servir de inspiración. A aquellos que luchan por una vida mejor, a los que aman las artes, a los que quieren dignificar la canción (cantautor con mayúsculas, a pesar de no ser un brillante cantante, sí que fue brillante contador de historias), a los que quieren hacer de la política un oficio bello al servicio de los demás, y no un vehículo para el lucimiento personal y el empeño en prosperar a cuenta de lo ajeno.

También es una lástima que a este gran aragonés se le reconozca simplemente por su último papel en la vida pública, por esos exabruptos (que caían bien, todo hay que decirlo), que lanzaba a aquellos que no le dejaban hablar en el hemiciclo. Pero es que él era así. Era Labordeta dentro y fuera de su casa, y lo mismo se tomaba un chato de Somontano con el presidente del Gobierno o con un labriego baturro. Para él no habría distinciones y quizás, ese sentido de la ecuanimidad social era lo que le hacía un personaje especial.

Estamos tristes porque Labordeta nos ha dejado, porque ya no cantará a la libertad, porque no podrá mandar a la mierda a quienes osen callar una voz única. Descanse en paz.

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