martes, 23 de diciembre de 2014

La inspiración hecha cine

Artículo publicado en El Pueblo de Albacete en septiembre de 2009... Perfecto para estas fechas.




Se apagan las luces de la sala. Tras los spots y trailers de rigor, el logo de Walt Disney. Tranquilos, la peli es de Pixar. Éxito asegurado. Supongo que la calidad también. La primera satisfacción llega con el corto con el que nos deleita este estudio con cada estreno. Especial, emotivo, humorístico. Me gustan estos chicos y sus pajarillos para nada ñoños. Empieza la función, la gente se calla pero aún se oye el gruñir de las palomitas y el sorbeteo de los refrescos. ¡Maldición! ¿Para cuándo una ley que prohiba el hacer ruido mientras se come en el cine?

Las primeras risas afloran en el patio de butacas, mientras espero el primer bofetón de buen cine. Llega pronto. Una escena, un travelling, un hecho desencadenante y una mirada a través de un cristal. ¿Cuántos directores han querido captar esas sensaciones en el cine de carne y hueso y se han visto incapaces? Ellos lo han conseguido con unos cuantos trazos, un dibujo achatado y una paleta de colores. El gran cine ha llegado pero lo mejor está por llegar.

A continuación aparecen más personajes y la historia se va desarrollando. Homenajes al gran cine mudo de los Lloyd, Chaplin, Keaton, Arbuckle. ¡Dios, qué gozada! Las risas saltan por doquier, los comentarios de la gente asustan. Siete eurazos la entrada. Siete eurazos de gran inversión.

Llegamos a un punto en el que te das cuenta de que el filme ya no es de dibujos animados, es algo más. Trasciende a la categoría en la que han querido meterla. No es cine infantil, no es entretenimiento. No es ni comedia, ni drama, sino todo lo contrario. La música (apunten este nombre, Michael Giacchino) instila gotas de dulces melodías y reiterado compás que una vez que sales del cine, aún tienes en la mente. Sencillamente deliciosa. Absolutamente magistral.

Llega el final de la película y empiezas a pensar que es lo mejor que te puede pasar viendo una película. Abundas en lo que te acaban de servir, buscas preguntas y te las respondes. Intentas meterte en el personaje, viviendo su felicidad primeriza, razonando los por qués de su angustia y su soledad, preguntándote por qué la vida puede ser tan perra cuando algo te falta. Pero el ejercicio de vivir es lo que queda, es lo que nos mantiene, valga la redundancia, vivos... y según Pixar, según Pete Docter y John Lasseter, vale la pena. Brindemos por ello.

Una vez en casa revivo la película, me veo reflejado en ese viejete, el señor Fredricksen, y tan sólo aspiro a vivir la mitad de experiencias que ese dibujo animado ha realizado en 90 minutos de celuloide. La película (no, aún no lo había dicho), es Up. Si no la han visto, corran a hacerlo. Seguro que me lo van a agradecer.

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