viernes, 6 de marzo de 2015

El día del espectador

César Bardés, te haré caso, amigo...

Resulta que existe un blog llamado Los ojos del lobo, que yo les recomiendo a ustedes de forma encendida. En él César escribe de cine y lo hace de forma maravillosa tirando de estrenos y de clásicos. Una gozada. Otro día hablaré largo y tendido de César y de su bitácora (me gusta llamarlos así) pero lo que hoy me ocupa es hablar de dos películas que recientemente he visto y de las que quería hacer un breve y humilde comentario. Sobre una de ellas no iba a escribir puesto que el señor Bardés acaba de publicar un post que resume a la perfección mis sensaciones sobre la misma, pero me animo de todas formas (sin llegar a la sabiduría de nuestro amigo y colega).

Kingsman: Servicio secreto es la plasmación de lo que tiene que ser el cine: un juguete lúdico, dos horas de diversión pura y dura con un producto elaborado a la perfección por Matthew Vaughn (Stardust, Kick-Ass, X Men: Primera generación) y basado en un cómic de Dave Gibbons y Mark Millar. Un precioso homenaje a una estética un tanto kitsch de espías (cuánto deben los sastres de Saville Row a James Bond y compañia), agentes secretos y supervillanos actualizados gracias a la buena mano de Vaughn tras la cámara. Película trepidante que apenas decae en su ritmo y que cuenta con un magnífico reparto en el que destaca un Colin Firth espectacular y un Mark Strong que luce de secundario y que pide ya a gritos un papel protagonista de enjundia. Bien el chaval -Taron Egerton- y un poco estomagante Samuel L. Jackson, aunque supongo que es lo que le pedía el libreto, no en vano ser supervillano requiere de ciertas dosis de histrionismo. El film sabe cuando tomarse las cosas a cachondeo, sabe medir las dosis de acción (no atiborran al espectador) y tiene una trama bien construida.

Ah, y también sale Mark Hamill...



Segunda peli: a veces pienso que no debo tener ni puñetera idea de cine. La isla mínima gana tropecientos premios y a mi me dejó frío. El tono que le da Alberto Rodríguez a la historia, las interpretaciones, el desenlace (atropellado, escuálido, casi sin fuste), la poca tensión que desprende el film (el propio escenario natural desprende más intriga que el desarrollo del guión)... No sé. Ya les digo, debo saber poco de cine. El caso es que con el resto de trabajos de Alberto Rodríguez me pasa igual. Salvo con El traje, tanto Siete vírgenes como Grupo 7 me dejaron igual. Pocas sensaciones, pocos detalles que me causaran cierta excitación y finales apresurados, desdibujados. Y mira que reconozco el detalle y el mimo que el sevillano le pone a sus obras, pero creo que adolece de sabiduría en el momento de redondear el producto.

Ni siquiera los actores de La isla mínima me gustaron. Bueno, miento. No entiendo los premios a Javier Gutiérrez cuando para mi, hace una interpretación lineal, plana, falta de garra. Por decir algo medianamente bueno, hace una interpretación "normal" de policía recién salido del franquismo, con ciertas dosis de dureza y con pasado un tanto turbio. Por el contrario, Raúl Arévalo me gustó más que su compañero. Contenido, contradictorio... pero aún así tampoco es para echar cohetes. El gran valor interpretativo de la película reside en dos personajes femeninos con papeles cortos pero intensos: los de Nerea Barros y Mercedes León. Y pare usted de contar.

Alberto Rodríguez, otra oportunidad perdida. Eso sí, fotografía maravillosa, música (de Julio de la Rosa), excepcional en su minimalismo.


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