viernes, 27 de marzo de 2015

Billy Wilder, un genio casi perfecto

Cuentan las crónicas que cuando Jack Warner (mandamás de la Warner Bros.), vió El crepúsculo de los dioses, exclamó: "¡Cómo se atreve ese Wilder a morder la mano que le da de comer!". Esto lo dijo sin darse cuenta de que delante suya andaba el mismísimo Wilder. Este se dio la vuelta y le dijo al que teóricamente era su jefe: "Soy el señor Wilder y váyase a la mierda". Nobody's perfect...



Su vida es digna de ser revivida. Periodista de los buenos en Viena y en Berlín (el mismísimo Freud le dio con la puerta en las narices por ser un plumilla "demasiado incómodo"), escapó de los nazis dejando a parte de su familia a merced de las hordas de Hitler. No hubiese pasado nada de no ser por un pequeño detalle: los Wilder eran judíos. Su madre murió en Auschwitz, cuando Billy ya pululaba por Estados Unidos. Como lo suyo era escribir se puso a redactar libretos. Trabajó con grandes de la talla de Ernst Lubitsch, Mitchell Leisen o Howard Hawks (en películas como Ninotchka, Medianoche o Bola de fuego, respectivamente), y harto de que algunos -en especial Leisen-, hicieran lo que les daba la gana con sus guiones, decidió dirigir sus propias creaciones.

Con Mauvaise graine comenzó una prometedora carrera como director en la que engarzaría títulos maravillosos a una velocidad inusitada para lo que es el oficio de realizador. Con una bulliciosa mente en la que salían a borbotones ideas para guiones a los que luego daba forma junto a sus inseparables Charles Brackett o I.A.L. Diamond, Wilder llegó a encadenar varias obras maestras en el espacio de unos pocos años.

Absoluto dominador del slapstick, de la comedia alocada y heredero del toque Lubitsch, junto a Stanley Kubrick, ha sido de los pocos directores de cine capaces de reinventarse a cada propuesta que encaraba. Dio nuevos brios al cine negro en la absolutamente cautivadora Perdición, cultivó con acierto el género de aventuras con Cinco tumbas a El Cairo, el cine judicial alcanzó cotas insuperables en Testigo de cargo, al bélico lo realzó con Traidor en el infierno, etcétera. Pero en la comedia fue donde llegó a ser un auténtico Dios, Fernando Trueba dixit. Sabrina, La tentación vive arriba, Con faldas y a lo loco, El apartamento, Uno, dos, tres, En bandeja de plata, Primera plana... Muestras más que de sobra para abrir un episodio completo en la historia del Séptimo Arte dedicado al señor Wilder.

Con una intuición impresionante para crear situaciones cómicas (mucho también le debemos a los señores Brackett y Diamond), unido a una mano izquierda impresionante para la dirección de actores (tuvo a Audrey Hepburn, a William Holden, a Humphrey Bogart, a James Stewart, a Jack Lemmon y a Walter Matthau, e incluso a Marilyn), más un conocimiento del medio cinematográfico sobresaliente, Wilder es el gran contador de historias. Da igual que sean las correrías de dos músicos travestidos en plena matanza del Día de San Valentín, o de una estrella del cine mudo en absoluto declive. Lo mismo da que sea la historia de un periodista sin escrúpulos que busca la exclusiva a cualquier precios como sea (en El gran carnaval), que la historia de la hija del criado que revoluciona el corazón de dos señoritos. Wilder siempre sabe encandilar al público. ¿Por qué? Porque lo hace fácil, porque bebe de sus fuentes, porque siempre lo deja todo atado y bien atado. Almost perfect...

Tenemos la sensación de que el señor Wilder dejó de hacer cine (perdón, perdón, cine no,... películas, él hacía películas), demasiado pronto. En 1981 legó su última obra. Aquí un amigo cerró una etapa gloriosa del CINE, con mayúsculas, en las que hubo obras maestras y "otras películas de las que no quiero hablar". Menudencias para el maestro, pero perlas absolutamente adorables para sus seguidores. ¿Cómo si no, podemos hablar de malas películas en casos como El mayor o la menor o Berlín Occidente? Imposible. So perfect.

Hagan lo que yo. Pónganse por ejemplo El crepúsculo de los dioses y déjense guiar por ese aura mítico que tenía el cine clásico y que ya desapareció como lágrimas en la lluvia. Prepárense para un primer plano y sonrían... Están ustedes ante una obra de arte, aunque como diría el maestro... nadie es perfecto.


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