sábado, 10 de octubre de 2009

LA REVANCHA DEL TIEMPO



S
ucede muy de cuando en cuando que la Historia nos deja ejemplos de la bonhomía del ser humano. Hechos que nos hacen reconciliarnos con nosotros mismos en tanto en cuanto, en demasiadas circunstancias aplicamos ese pensamiento hobbesiano (y tan acertado en ocasiones), del hombre es un lobo para el hombre. El 12 de octubre de 1936 se produjo uno de esos hechos que permite pensar en que el hombre puede pensar en el prójimo que necesita la ayuda de sus semejantes. Ese 12 de octubre, aniversario de llegada a otros mundos, gentes de medio centenar de países empezaron a llegar a la ciudad de Albacete para luchar por unos ideales. Las Brigadas Internacionales, nombre con el que se quedaron para la posteridad, labraron un camino de esperanza que, no obstante, fue menoscabado por la realidad de unos hechos que superaron las expectativas creadas en torno a este cuerpo de voluntarios.

Auxilio a la República
De Moscú a Barcelona pasando por Albacete. La primera noticia de ese experimento llamado Brigadas Internacionales tenemos que buscarlo en la capital entonces soviética en el mes de septiembre de 1936. Las autoridades soviéticas en su voluntad de ayudar a la República tras el golpe de Estado de Francisco Franco, trataban de captar voluntarios de ideología izquierdista (no tenían por que ser exclusivamente comunistas) para participar en apoyo de los republicanos. El Gobierno de la República fue un tanto remiso en su origen a aceptar la propuesta porque no veía claro el papel que jugaría este grupo de combatientes. La opinión cambiaría en octubre de ese mismo año, cuando los primeros combates evidenciaron que la victoria no iba a ser tan fácil de conseguir, puesto que el elemento humano y armamentístico del bando nacional era superior.

Al halo mítico que tuvieron las Brigadas Internacionales ayudó un episodio ocurrido en su génesis y que demuestra ese carácter desprendido del que luchó en sus filas. A los pocos días de la sublevación militar, muchos de los atletas que iban a participar en la Olimpiada Popular organizada en Barcelona por Lluís Companys (presidente de la Generalitat), se unieron en una brigada propia, muriendo en los escarceos con el ejército el atleta austriaco Mechter, al que se le considera el primer brigadista caído en combate.

Decididos desde Moscú y desde la República presidida por Manuel Azaña, la sede internacional de reclutamiento se estableció en París bajo la dirección de los Partidos Comunistas soviético y francés. Desde el Gobierno se tramitaba la documentación necesaria, se hacía llegar a París y desde allí a los voluntarios que, desde toda Europa, llegaban vía ferrocarril a Albacete. El día, el 12 de octubre.

Once días después, Francisco Largo Caballero (jefe del Ejecutivo en ese momento) crea la División Orgánica de Albacete con un comité de organización encargado de asistir a los voluntarios que llegaban del extranjero. Pero quien realmente fue el organizador de esta milicia formada por extranjeros de 53 países fue André Marty, secretario de la Tercera Internacional y hombre, al parecer, de la plena confianza de Stalin. Los que llegaban a Albacete se iban distribuyendo por poblaciones cercanas como La Roda, Tarazona de la Mancha, Villanueva de la Jara y Madrigueras. El cuartel general de las Brigadas se instauró en el aeródromo de Los Llanos, que de inmediato se convirtió en objetivo preferencial de la fuerza aérea que apoyaba a los golpistas.

Movilización general
Las movilizaciones para contribuir a la defensa de la República desde las filas de las Brigadas Internacionales se extendieron por toda Europa, pero en países como Alemania e Italia se identificaron como el primer paso para combatir el fascismo y el nazismo emergente en ambos estados.

Las primeras brigadas formadas (XI, XII y XIII) estaban compuestas de franceses, belgas, italianos y alemanes voluntarios. Dentro de cada brigada se constituyeron batallones, generalmente de miembros de la misma nacionalidad para facilitar las comunicaciones entre los integrantes. Al lado de cada jefe militar había un comisario político, cuyas tareas principales eran de carácter político (mantener la moral, arengar políticamente a las tropas, etcétera). Tras las primeras semanas se conformaron las brigadas XIV, XV, 129 y 150. Cada una de ellas se dividía a su vez en tres batallones (en algunos casos había cuatro) que en un principio rondaban los 650 hombres cada uno. Estos batallones recibían nombres con claro contenido político como Garibaldi o Commune de Paris.

Al ardor en la defensa de la República en los primeros tiempos se pasó a la decepción y la desesperación. La ineficacia en el mando, las disputas ideológicas mientras el enemigo avanzaba a paso rápido y la descoordinación con el Gobierno de la República hizo que la experiencia brigadista se fuera diluyendo tras la novedad inicial. A esto se uniría que Juan Negrín (presidente de la República desde el 17 de mayo del 37), intentó por la vía diplomática parar la guerra, haciéndole ver a la comunidad internacional y a las tropas franquistas que, las fuerzas republicanas iban a replegarse. Ante esta situación, el papel de las Brigadas Internacionales decaía. No eran necesarios. La experiencia republicana iba feneciendo y como último momento de exaltación, se les tributó un gran homenaje popular en Barcelona a los que vinieron a España a luchar contra el fascismo. Caballeros de la libertad del mundo: ¡buen camino!, fue el lema escogido para este acto que tuvo su núcleo central en la capital catalana el 28 de octubre de 1938. Toda la ciudad amaneció con pancartas y carteles alusivos a las Brigadas Internacionales. Ante más de 300.000 personas, los internacionales desfilaron por la avenida 14 de abril (la actual Diagonal), en un ambiente altamente emotivo. Dolores Ibárruri cerró el acto con un emotivo y encendido discurso.

Se cerró así un capítulo de nuestra historia que tuvo su reconocimiento cuando a través de la ley de Memoria Histórica a los brigadistas supervivientes se les concedió una más que merecida nacionalidad española. Al fin consiguieron del tiempo, su particular revancha.

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