viernes, 30 de octubre de 2009

JABÓN Y EXPLOSIVOS



H
ace diez años, 1.963 salas estadounidenses estrenaron El club de la lucha, un filme que contaba con el binomio Fincher-Pitt, artífices de la excelente Se7en, pero a la que un tímido arranque taquillero (apenas once millones de dólares el primer fin de semana) y una carrera un tanto irregular que se estancó en los 37, en gran parte debido a críticas bipolares, la convirtieron en un relativo fracaso. Hoy, esta película maldita merece culto absoluto.

Me lío la manta a la cabeza y cito algunas frases para tratar de definir lo que es una peli de culto: “El término película de culto hace referencia a un tipo de cine que atrae a un pequeño grupo de devotos o aficionados o un filme en concreto que sigue siendo popular con el paso de los años entre un pequeño grupo de seguidores. Con frecuencia la película no llega a alcanzar el éxito en su estreno [...]. Algunas veces la respuesta de la audiencia a una película de culto es algo diferente a lo que pretendían los creadores. Es normal que una película de culto presente elementos inusuales”. No hay duda de que El club de la lucha lo es. Verla el día de su estreno, sin tener ni idea de por dónde iban los tiros, fue un fascinante zarandeo emocional e intelectual que lamentablemente pocas veces se puede disfrutar como espectador. No ha envejecido porque, estrenada hoy, seguiría siendo relevante, polémica y malinterpretada.

Eso sí. Es triste ahondar sobre esta malinterpretación. “Nihilista”, “fascista” y “anarquista” fueron muchos de los agrios epítetos propinados a la película a su paso por el Festival de Venecia el año de su estreno. Mientras Newsweek tachaba su final de “demasiado pretencioso”, el Boston Globe insultó de manera sutil a “una propuesta chispeante e imaginativa que acababa deviniendo en tremenda estupidez” y el gurú Roger Ebert (Chicago Sun-Times), que le atribuyó “cierta visceralidad y fuerza” acabó por describirla como “un viaje disfrazado de filosofía carente de interés real”. Y lo de The Hollywood Reporter fue tan sangrante que la Fox (productora del filme) se dio de baja como anunciante en sus páginas. En España la crítica no la trató mejor y, mientras El Mundo la etiquetó como “pretenciosa gilipollez”, El País no fue más complaciente, ya que calificó el resultado de “canto fascista al salvajismo”. El director David Fincher, que sabía que su proyecto estaba maldito desde el primer momento, no lo veía así: “¿La idea del fascismo no es decirnos ‘Este es el camino que debemos seguir’? Pues bien, mi película no podría estar más lejos porque no ofrece ningún tipo de solución”.

¿Qué decía la gente?
Pero pasemos de los críticos, que suelen ser bastante falibles. La gente es lo que importa y la gente no fue a verla en la medida que pintaba el cartel. A saber: todo un Brad Pitt, algo desnortado tras los resbalones de la infumable ¿Conoces a Joe Black? y Siete años en el Tíbet (por cierto, proyectada en el cine que hay al fondo en el escena en la que Jack, el personaje interpretado por Edward Norton mete en el autobús a Marla, carácter encarnado por Helena Bonham-Carter); el propio Norton, en todo lo alto tras estrenar ese mismo año Rounders y American History X; y un director imprevisible aunque revolucionario como Fincher.

Material de partida
La novela que supuso el debut del mecánico Chuck Palahniuk (Nana, Asfixia, Fantasmas) -erigido ahora en cronista de la oscura trastienda norteamericana, a la que suele retratar a base de sarro y moho-, escrita enteramente a mano, en ocasiones sobre el portafolios de los encargos de su taller, fue bailando de despacho en despacho hasta que la división indie de Fox vio potencial.

Antes que a Fincher le ofrecieron el pastel a Peter Jackson, Bryan Singer y Danny Boyle. Todos pasaron. Además, en una realidad alternativa Tyler Durden (el personaje interpretado por Pitt) podría haber tenido la cara de Russell Crowe, Jack, la de Matt Damon o Sean Penn, y Marla Singer, la de Courtney Love, Winona Ryder o Reese Witherspoon.

El guión lo reescribieron tres veces Fincher y el novato Jim Uhls, y, una vez dentro, metieron mano los no acreditados Pitt, Norton, el director Cameron Crowe y el guionista de Se7en Andrew Kevin Walker (en cuyo honor tres de los detectives de El club de la lucha atendieron a los nombres de Andrew, Kevin y Walker). Cinco versiones depués (un año más tarde), el libreto ya estaba listo. Y además, con el beneplácito de Palahniuk, que apreció la racionalidad que los cineastas le habían imprimido, entendiendo que su planteamiento literario era un poco (demasiado) alegórico para trasladarlo tal cual a la pantalla grande. Eso sí, se sintió honrado de que las provocaciones homoeróticas de su obra original (Norton con una pistola dentro de la boca en la escena de apertura de la cinta, los insertos con genitales masculinos y Pitt dándose un baño delante de éste mientras discuten sobre el destino de su vida) se mantuvieran en la película con el objetivo de incomodar a la audiencia. Y así fue.

Las cosas no salen
Sin embargo, cuando una película parece maldita, se gesta con problemas y quien te paga no está contento con el resultado, las cosas no van a salir bien. Era la historia de un pinchazo anunciado. Fincher, una vez dado el OK, se negó a rodar con el presupuesto inicial cerrado en 23 millones de dólares (Pitt finalmente se embolsaría 17,5 y Norton, 2,5 en concepto de sueldo) y la cosa se disparó hasta los 67 finales.

Visto el montaje final, el estudio quiso atenuar las previsibles pérdidas cambiando la concepción promocional que daba vueltas en la cabeza de Fincher, según la cual el póster promocional debía limitarse a la posteriormente icónica pastilla de jabón rosa (jabón que, ¡atención spoiler para quien no la haya visto!, era empleado para fabricar explosivos). Los gerifaltes le contestaron que, contando con el guapo Brad, eso estaba fuera de lugar. La cara del esposo de la Jolie debía estar en todos los carteles. Y así fue.



La dura competencia con los blockbusters veraniegos de ese año (La amenza fantasma, El sexto sentido, Toy Story 2, Austin Powers 2) y la reciente masacre del instituto Columbine hizo que el estreno se retrasara hasta el 6 de octubre de 1999, en el que hizo un pírrico número uno, pero número uno al fin y al cabo. En España, estrenada el 5 de noviembre de ese mismo año, llegó a amasar 2.910.000 euros, el equivalente a 4.400.000 actuales, lo que se espera que recaude, por poner un ejemplo, Los sustitutos; y congregó a 745.742 espectadores en toda su carrera comercial, un poco más de la mitad de lo que ha hecho Ágora en su fin de semana de debut. Migajas.

Pero, amigos... Aquí es donde viene el remonte. Suele proclamar a voz en grito todo villano fílmico de postín que los genios siempre son incomprendidos en su tiempo. Sería la perspectiva que dio el paso de los meses la que propició que la cinta dejara de considerarse demoniaca o quizá la edición del DVD doble que supervisó directamente Fincher (experiencia visionaria y precursora que le hizo ganar multitud de premios al mejor DVD del año, entre ellos el de Online Film Critics Society y el de Entertainment Weekly) la que clarificó la metáfora de la violencia como ruptura con la sociedad de consumo en que vivimos, heredada directamente de nuestros padres, que en un principio nadie pareció entender. Los beneficios derivados de la venta y alquiler de copias domésticas alcanzaron los 55 millones de dólares, mostrándose como uno de los más exitosos de toda la historia de la 20th Century Fox, hito que sirvió para que que una inversión inicialmente ruinosa llegara a dar un beneficio neto final de más de 10 millones de dólares. Ni Fincher se lo creía.

Justicia cósmica
Hoy por hoy, El club de la lucha está donde se merece: en un pedestal. Por valiente, por ser un entretenimiento controvertido pero saludable y por haber conciliado a crítica (que ahora sí habla maravillas del filme) y público, aunque haya sido diez años después. IMDB la sitúa como la décimo novena mejor película de todos los tiempos, sólo superada por tres obras más modernas (El caballero oscuro en noveno lugar, El retorno del rey en el décimo tercero y Ciudad de Dios en el décimo séptimo). Además, Total Film la nombró en 2007 Mejor Película desde 1997, la revista Empire la posicionó en 2006 como octava mejor película de todos los tiempos (sus lectores encumbrarían a Tyler Durden como el mejor entre 100 personajes cinematográficos históricos) y Premiere diría en 2007 que la vigésimo séptima mejor frase jamás pronunciada en el cine era: “La primera regla del Club de la Lucha es que no se habla del Club de la Lucha”.

2 comentarios:

David dijo...

Te has lucido Miguel Angel. EStupendo trabajo.

Miguel A. dijo...

Muchas gracias, caballero. Intentaremos seguir haciendo estas cosillas... pero creo que esta peli se lo merecía.

Un abrazo.