domingo, 13 de septiembre de 2009

LA INSOPORTABLE LEVEDAD DE QUIEN SE SABE GRANDE

C
uando una banda es capaz de llenar estadios con 70.000 u 80.000 acólitos sólo puedes pensar en que han pasado a otra categoría, a esa en la que se encuentras dioses del rock como los Rolling Stones, U2 o Bruce Springsteen. Iconos de la música popular que han cebado durante largos años la vitola que tienen ahora de “llenaestadios”.



Lo que los anteriormente mencionados han conseguido en un lapso de tiempo ciertamente prolongado (los Stones no fueron los Stones que conocemos ahora hasta mediados los 70), los cuatro integrantes de Coldplay lo han obtenido en menos de una década, concretamente en el tiempo que va desde la fundación de la banda en 1998 hasta la publicación de un disco como X&Y en 2005. Su último trabajo, Viva la vida or death and all his friends, ratifica la condición de megaestrellas del pop-rock, algo que pudo comprobarse el pasado día 4 en el Estadio Olímpico Lluís Companys de Barcelona. Las entradas (63.500) se agotaron en pocas semanas. De toda España (y del extranjero), vinieron las hordas coldplaynianas a contemplar el potente show de la banda liderada por Chris Martin. Las gargantas de los asistentes comenzaron a calentarse con el pop indie de los Sunday Drivers y también con los inclasificables The Flaming Lips.

Con las letras bien aprendidas en el zurrón, empezó a sonar a especie de guiño cómplice un tema de U2, Magnificent (los ingleses son a menudos comparados con Bono y sus chicos), para luego dejar paso a los compases iniciales del Danubio Azul, que actuaron a modo de intro para un concierto que se presumía vibrante, emocionante e histórico (incluso quedará para la posteridad con su edición en DVD). Pero a las primeras de cambio, las cosas no iban bien. Poca modulación y escaso volumen en el mastodóntico equipo de sonido. El desastre vino con el estribillo de Violet hill, primer single de su último trabajo. La cara de Chris Martin mirando a uno de los técnicos situados en el lateral del escenario durante el percance, lo decía todo.

Para compensar el desastre técnico, al tercer tema Coldplay decidió poner en órbita al personal rescatando la excelente Clocks aunque ésta sonó demasiado fría. In my place sería la siguiente, con un Chris Martin que se agitaba espasmódicamente sobre la tarima. En ocasiones, ese afán por incluir al público en los fraseos de temas como In my place o Yellow restan impacto a los mismos y te dejan con la sensación de que le están robando la posibilidad de gozar de una enérgica interpretación, a favor de un karaoke masivo que sólo sirve para alimentar el ego del que lo provoca.



A diferencia de giras anteriores, Martin (vigilado de cerca por su esposa, una Gwyneth Paltrow a la que vimos merodear al lado del escenario), parece haber dejado de lado la introspección que caracterizaba la interpretación de muchos temas, para potenciar una mayor pose de frontman invadido por la falsa modestia, aunque es de agradecer su constante búsqueda de complicidad con el público. Glass of water fue uno de los pocos temas que deslumbró en directo a nivel instrumental y que demuestran el poderío musical de esta musculosa formación británica a la hora de fabricar temazos, cuando prescinden de los absurdos arrebatos de estrella que parecen apoderarse de su líder. En temas como este, sin una melodía destinada a nacer con voluntad de hit, es en los que se puede identificar la huella de Brian Eno (productor del último disco) y cuánta razón tenía al querer potenciar el sonido del grupo, sin supeditarse a los falsetes de Martin.

Fallos e himnos
Por desgracia, el romance sonoro no iba a durar mucho más y después de la enérgica Cemeteries of London, que revela curiosos parecidos rítmicos y quizá algunas enseñanzas provenientes de formaciones como Radiohead, llegaría la azucarada balada 42. Fix you fue a ser el siguiente instante de karaoke multitudinario, un tema que ya ha quedado como uno de los buques insignia de la formación. Después de Strawberry swing, el grupo hizo su primera incursión en uno de los pequeños escenarios ubicados en plena pista y comenzó una reinterpretación poco lucida de dos grandes temas como God put a smile upon your face y Talk que quedaron un poco sin cuerpo ni alma. Al mismo tiempo que esto sucedía, empezó a escucharse una fuerte pitada proveniente de la sección media-derecha del estadio, aderezada con gritos de “¡No se oye!”.



Los miembros de la banda se miran sin saber muy bien qué sucede. Esta vez en solitario y provisto de un pequeño piano, Martin desgrana los versos de otro buen tema como The hardest part que suena endeble y deslucido en esta modalidad acústica. Tres temas mutilados que nos limitamos a intuir entre el murmullo. Más decepciones que alegrías pero llegó Viva La vida, canción tótem y la auténtica estrella de la función. Pensando en la cuota de participación que el tema tuvo en el triplete del Barça y en el coreo masivo que del estribillo hace el respetable, Coldplay volvió a otra de esas incursiones en otro escenario ubicado en mitad del estadio. Otra pausa para una interpretación desvahída de la bella Green eyes, que ejecutan también en modo acústico, como si de un ensayo se tratase. Luego llegó el numerito de montar la ola con el público teléfono móvil en mano, mientras sorprendían al personal con el clásico de Michael Jackson, Billie Jean. Luego sufrimos un techno medley infumable de Viva la vida que algunos presentes parecieron recibir con gran alegría.



Al final llegó lo bueno. El sonido explotó, pero con calidad, rudeza rockera y los vellos de punta en el personal en canciones como la poderosa Politik, Lovers in Japan, The scientist y Life in technicolor, que iban a ser la última remesa de temas destacados, dejándose imperdonablemente en el tintero himnos como Trouble o Speed of sound, single incontestable del álbum que les catapultaría definitivamente hacia una fama, que quizá viendo la calidad de éste, puede parecer inmerecida. Sin embargo, la excelencia musical y la pose de megaestrellas suplen los defectos técnicos, por imperdonables que estos fueran. Globitos, fuegos artificiales y mariposas de colores aparte, Coldplay demostró en la noche barcelonesa que saben encajar esa insoportable levedad de quien se sabe grande.

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