lunes, 15 de junio de 2009

MANUFACTURAS CATÓDICAS


E
n 625 líneas caben muchas cosas. Bueno, exactamente no se si con los actuales televisores de plasma o LCD, sigue existiendo la televisión de 625 líneas por cuadro, pero metafóricamente en la tele se puede ver de todo: de lo bueno y de lo malo, de lo excelso y de lo regular, de la más absoluta maravilla hasta la más pútrida bazofia. En España estamos acostumbrados a meter la basura catódica en casa. Programas como Esta noche cruzamos el Mississippi o Crónicas marcianas, dejaron en las noches españolas el gusto por las vísceras y lo morboso. Nos convertimos en anodinos ciudadanos que adoraban al becerro de oro televisivo sin miramientos de qué se nos ofrecía. La nada. Basura envuelta en celofán y con un lacito.

Las cosas evolucionan. Aunque soy defensor de una televisión con interés y utilidad social, lo cierto es que no estamos para tirar cohetes. Sinceramente, si la gente ve la bazofia que ponen en algunos canales es que le gusta. De eso no hay duda. La telebasura está porque se pide. Ahí le doy la razón a Pepe Navarro que cuando le hablaban de ello decía que él sólo daba a la gente lo que pedía. Ni más ni menos. La audiencia lo avalaba. Él no tiene la culpa... ¿o sí?

Nuestra caja lista (de tonta no tiene ni un pelo) crea leviatanes desorbitados, monstruos que el sueño de la razón no puede comprender y que abundan en tertulias del cotilleo nauseabundo. En otras ocasiones, lo que produce son artificios que hacen disfrutar a la plebe para que luego sean despedazados por los leones. Fenómenos como el de Susan Boyle, famosa por cantar bien siendo fea en un concurso tipo Operación Triunfo, explican qué tipo de programas prefiere la gente. Los leones de los que hablaba antes, tipo Simon Cowell, el Risto Mejide inglés (o el mismo publicitario masacrador de aspirantes a Bisbales), atacan a la presa para despellejarla y comerse los higadillos. Lo hacen sin miramiento mientras la masa enfervorecida se relame. Algunos aguantan los embates, otros no pueden y su estrella se apaga tan rápidamente como empezó a brillar. A la pobre Susan, la presión le pesó, pero no sobre el escenario donde cantó bien y consiguió ser segunda en el concursillo. La presión apareció en su vida real, la que tiene en su casa, la que tiene que vivir/sufrir cada día hasta que se muera. Esa vida en la que se encuentra a cada paso a fans surgidos de la nada, a fotógrafos que quieren ver por sus objetivos como pierde la virginidad o como va a la peluquería a arreglarse su maraña cabelluda. Eso se llama pornografía catódica. El Gran Hermano de Orwell (no el de la Milá, no ofendan por favor), ya está aquí... y nosotros parece que no nos hemos enterado ¿o sí?

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