lunes, 31 de julio de 2017

El milagro de la bilocación

Bilocarse:

De bi- y el lat. locāre 'colocar', der. de locus 'lugar'.
1. prnl. Dicho de una persona: Hallarse en dos lugares distintos a la vez.

La Iglesia Católica, institución muy ducha en darnos lecciones absolutas de moral en nuestra vida cotidiana, confirma la existencia del milagro de la bilocación, sobre todo en algunos de sus santos más queridos como San Martín de Porres. Lo malo es que luego llegaba Santo Tomás de Aquino, o sea, uno de los suyos, afortunadamente un tipo con una mente más preclara, y negaba tal prodigio de la naturaleza o de la santidad, vaya usted a saber. El caso es que el truquito de magia de la bilocación sigue dando juego a lo largo de los siglos y si no que se lo digan a Íker Jiménez.

El pasado miércoles asistimos en el Teatro Moderno a otro ejercicio de bilocación. O se intentó. La compañía Qué Jarte, nueva por estos lares, aterrizaba en Chiclana de la mano de Pepa Rus en la dirección con un texto de Bernardo Rivera, a la sazón, actor único en este espectáculo. El curso de tu vida trata de desmontar en tono de comedia, ciertos nuevos usos que los ciudadanos (tontos) de este lugar llamado planeta Tierra, nos empeñamos en acometer. En este caso, el hacernos crudiveganos, que ya por el nombre tiene que ser una cosa horrorosa.

El curso de tu vida trata de desmontar todo eso. Trata. No lo consigue. Porque lo que pudiera ser un buen punto de partida para destrozar de forma inmisericorde la mojigatería que el ser humano está demostrando a pasos agigantados, se convierte en un quiero y no puedo, en un montaje plano donde la comedia se ausenta desde el primer momento, a no ser que por comedia se entienda tirar de tópicos y de chascarrillos localistas (el sevillano pijito, el tipo de Cuenca con pocas luces).

Lamentamos esta oportunidad desaprovechada porque Rivera yerra en varias cosas. En primer lugar, en un texto que no sabe hacia dónde ir. Tras más de una hora, el público no sabía qué se le estaba contando y se llega a un final atropellado, mal hilvanado y que apunta a una razón familiar escondida para explicar la actuación de cada uno de los personajes. En segundo lugar, los personajes. Solo hay un actor para cuatro o cinco caracterizaciones. El peligro de querer bilocarse cuando uno no puede hacer milagros. El problema viene cuando cada uno de ellos tiene que entrar y salir de escena como alma que lleva el diablo. Los huecos se tienen que rellenar y si no hay otro actor, se abusa de voces en off y de vídeos, que se hicieron pesados e innecesarios para la narración. En tercer lugar, la ausencia de comedia. Esa prisa a la hora de montar escena tras escena hizo perder fuelle a toda la obra, aunque dudamos que en el texto original existiera una huella más persistente de tan difícil género.

Y terminamos con el ritmo. A los 10 minutos de su inicio, pensamos que la representación se nos iba a hacer muy larga. En efecto. No veíamos dinamismo, no veíamos chispa. No ayudaba en nada a tanto cambio de personaje invadidos por la peligrosa sensación de que se nos estaba vendiendo como comedia un sucedáneo. El curso de tu vida fue la insípida quinoa cuando lo que queríamos todos era zamparnos un buen arroz caldoso que nos dejara tiritando... Al menos tiritando sí que salimos con el aire acondicionado. Lo de reirnos, ya lo dejamos para la próxima semana.


Foto: @zuhmalheur

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