jueves, 3 de diciembre de 2009

A LOS DESMEMORIADOS


I
van trabajaba en una fábrica de automoción en Ucrania. Era su tierra natal. Un día, comisarios del Ejército Rojo entraron en la factoría e hicieron una selección de la mano de obra masculina para reclutarlos. El frente esperaba. El invierno también. En plena refriega en los duros campos de combate soviéticos, Ivan cayó preso de las fuerzas nazis. Su futuro ennegrecía por momentos mientras buscaba respuestas y una salida a su situación. Pero la tentación alemana triunfó. Ivan fue enviado a Treblinka y luego a Sobibor... pero no como preso al que eliminar, sino como carcelero. Ivan había vendido su alma al diablo nazi y en los campos de la muerte polacos iba a comenzar una nueva vida.

Vitaly también nació en Ucrania. Al paso de la apisonadora alemana que buscaba el frente de Stalingrado, fue capturado junto a su familia... judía, como él. Fue trasladado en un vagón de mercancías a Sobibor donde iba a comprobar de primera mano cómo se las gastaban los nazis. Allí conoció a uno de los carceleros, a uno de los aplicadores de la "solución final" encomendada por Hitler. Era paisano, un hombre normal convertido en máquina de matar. Vitay e Ivan se conocieron mientras el primero iba camino de la cámara de gas. Un operario preparaba el Zyklon B. Abrió el conducto donde vertía cuidadosamente la mortífera sustancia. Vitaly exhaló su último aliento en media hora. Por el pequeño ventanuco de la sala, Ivan contemplaba la escena.

Cuando Hitler estaba entre la espada y la pared, los aliados asediaban Berlin y Alemania lo veía todo perdido, Ivan dejó a sus compañeros en la estacada y decidió pasarse a Estados Unidos. Allí comenzaría una nueva vida con cambio de nombre incluido. Ahora sería John. John Demjanjuk y nadie debería conocer su historia, pero...

Alguien lo buscaba. La justicia universal y la memoria hicieron el resto. John se tenía que enfrentar a los que hace años eran sus prisioneros. Con 89 años, esta semana debe escuchar acusaciones de genocidio y de crímenes de guerra. Sus víctimas claman justicia mientras él no recuerda a Vitaly ni a las otras 250.000 personas que fueron aniquiladas en Sobibor. El Alzheimer tiene la culpa. Sin embargo, en lo más recóndito de su mente aún aullan los gaseados en el campo de exterminio.

Alemania busca explicaciones de su pasado. Juzga a los responsables a pesar de la excusa de la edad y la enfermedad. Quiere quedar en paz e intenta remediar lo irremediable. Busca aplicar lo que en España algunos se empeñan en desprestigiar y tirar por el sumidero. La memoria histórica, señores. Esa que a los sectores ultraconservadores de este país de tibios de corazón, provoca escalofríos mientras algunos aún yacen en cunetas sepultados no sólo por metros de tierra, sino también por el olvido y la indiferencia de los demás. ¡Qué país! Unos tanto y otros tan poco.

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