A
dolf Hitler odiaba el invierno. No le gustaba la nieve. Echaba pestes del frío. Probablemente todo esto no se lo encuentre en un libro de historia, sino que forme parte más de la lógica a la vista de los acontecimientos. La causa la encontramos en los campos de batalla rusos, donde el III Reich empezó a cavar su propia fosa unos años antes de que cayera Berlín.
Todo empezó un 18 de diciembre de 1940. Ese día, un envalentonado Hitler, en plena ola de éxitos militares, con media Europa sojuzgada bajo su manto y con Inglaterra al borde del colapso, tuvo la idea de lanzar su maquinaria militar contra el otro gran enemigo (Estados Unidos, aún no había entrado en guerra): la Unión Soviética esperaba reguardada por el Pacto de No Agresión firmado con los alemanes. A Hitler esa “minucia” no le importó y puso en marcha la Operación Barbarroja.
Este operativo abrió el frente oriental en Europa, convirtiéndose en el teatro de operaciones más grande de la guerra, escenario de las batallas más grandes y brutales del conflicto en suelo europeo. La Operación Barbarroja significó un duro golpe para las desprevenidas fuerzas soviéticas, que sufrieron fuertes bajas y perdieron grandes extensiones de territorio en poco tiempo. No obstante, la llegada del invierno ruso acabó con los planes alemanes de terminar la invasión en 1941. Durante los meses de temperaturas más bajas, el Ejército Rojo contraatacó y anuló las esperanzas de Hitler de ganar la batalla de Moscú.
Antes de estos hechos finales, en el ideario de Hitler estaba la expansión hacia el Este dentro de su política de “espacio vital”, aunque esta era una aspiración alemana previa a la Primera Guerra Mundial. Ya en 1918 en la Paz de Brest-Litovsk, los bolcheviques habían cedido Ucrania, Polonia, Bielorrusia y los países bálticos. Hitler ya lo avanzaba en Mi lucha: “La guerra contra los soviéticos es una cruzada de Europa contra Asia: se trata de enviar al fondo del continente asiático a quienes hacen correr al Nuevo Orden europeo y nacionalsocialista los mismos riesgos que hacían correr los hunos de Atila a la Europa romana”. El territorio conquistado se convertiría en el espacio vital que satisfaría las necesidades de tierra y materias primas para la población alemana durante siglos.
Operación en marcha
En diciembre de 1940, el Führer firma la Directiva nº 21, que contempla la invasión relámpago de la Unión Soviética, que debía ser aniquilada, teóricamente, en una sola campaña de apenas un par de meses. El plan de Hitler es hacer avanzar simultáneamente tres ejércitos, que deben girar a continuación sobre ellos mismos, para cercar a los ejércitos soviéticos en enormes maniobras de tenaza para posteriormente aniquilarlos.
En el momento del ataque estaba en vigor el pacto de no agresión germano-soviético de agosto de 1939, por el que ambas potencias se definían sus esferas de influencia en Europa oriental. El pacto sorprendió al mundo debido a la hostilidad mutua y a las ideologías diametralmente opuestas de los firmantes. Sin embargo, la beligerancia de la Alemania nazi, pudo más.
Al inicio de las hostilidades, la Wehrmacht presume de victorias en todos los frentes. Sin embargo, ya se le plantean al vencedor provisional graves problemas: no se ha sometido a Gran Bretaña. La Operación León Marino (el plan para invadir Gran Bretaña), se pospuso sine die y cuando se puso en marcha, el operativo salda con un fracaso para la Luftwaffe. Además, las operaciones de guerra submarina no doblegaron a los británicos. Por otro lado, los países ocupados empiezan a reaccionar. Se desarrollan movimientos de resistencia apoyados por Gran Bretaña mediante emisiones de propaganda de la BBC.
Por su parte, Estados Unidos ha abandonado su estado de neutralidad por uno de no beligerancia. Tras la caída de Francia, Washington inicia el primer reclutamiento realizado en tiempo de paz de su historia e incrementó considerablemente su presupuesto militar. Era cuestión de tiempo que EEUU se viera arrastrado a la guerra. Hitler era consciente del peligro que acarreaba este nuevo “invitado”.
Por otro lado, antes de tomar la decisión de invadir la Unión Soviética, la posición de Moscú era un interrogante. Además, la URSS tenía pretensiones territoriales que asustaban a Hitler: ya se había anexionado la parte oriental de Polonia, Estonia, Lituania, Letonia, obtuvo concesiones teritoriales de Finlandia como consecuencia de la Guerra de Invierno ruso-finesa de 1939-40 y miraba hacia los Balcanes.
Hitler quería en los campos de la URSS otra campaña relámpago en el verano de 1941 que acabase con el derrumbe del ejército soviético en un par de meses, por lo que las fuerzas armadas alemanas no se equiparon para combatir en invierno. Alemania no estaba preparada para un guerra de larga duración, por lo que se esperaba que una victoria rápida sobre la URSS obligaría a Gran Bretaña a aceptar una paz negociada y con ello el fin de la Segunda Guerra Mundial y la victoria del Reich.
El domingo 22 de junio de 1941, los alemanes pusieron en marcha a más de cuatro millones de hombres: 3,5 millones de alemanes y un millon de aliados aglutinados en 225 divisiones, junto a 4.400 tanques y 4.000 aviones, convirtiendo a Barbarroja en la operación terrestre más grande de la historia. En un principio el ejército soviético se derrumbó. Las fuerzas acorazadas alemanas se movieron rápido aislando y capturando grandes cantidades de soldados enemigos. La Luftwaffe se ocupó de destruir la mayoría de los anticuados aviones de las fuerzas aéreas soviéticas antes de que pudieran despegar del suelo. En un mes, Bielorrusia y el Báltico estaban en manos alemanas aunque en el sur hubo que esperar a agosto para alcanzar el río Dniéper, ordenando Hitler que parte del grupo central de operaciones se dirigiera al sur para cerrar una tenaza en torno a Kiev, lo que provocó la mayor captura de soldados enemigos de la historia (más de 800.000). Sin embargo, esto retrasó el asalto a Moscú. El führer desconocía las imprevistas consecuencias de esta acción.
Rumbo a Moscú
En octubre, los alemanes se dirigieron a Moscú con el invierno en curso. El atraso inicial de la operación (aproximadamente unas cuatro semanas) resultó ser crucial para la paralización del avance. Además, el fango provocado por las primeras lluvias otoñales hicieron que las operaciones casi se paralizasen, aunque los nazis lograron una última victoria en Viazma, comparable a la obtenida antes en Kiev.
Con los soldados alemanes logrando victoria tras victoria, los periódicos germanos aseguraban que era una guerra prácticamente ganada. Las pérdidas rusas habían sido inmensas pero Stalin apeló al patriotismo mediante el recuerdo de la invasión napoleónica y olvidando toda ideología, llamó a su pueblo a la defensa de la patria. El derroche de vidas que prodigaban los rusos causaba asombro a los alemanes. La resistencia soviética sorprendió al mando alemán.
El momento crucial de la operación Barbarroja, sin embargo, fue cuando las tropas alemanas del grupo de ejércitos centro (comandado por Heinz Guderian) avanzó hasta 25 kilómetros de Moscú en diciembre de 1941. Sin embargo, los alemanes empezaron a ver el infierno en el que se estaban metiendo. El intenso frío (-50°C) y la llegada de divisiones soviéticas de Siberia hizo retroceder a los alemanes 200 kilómetros hacia el oeste en la llamada batalla de Moscú. No hubo modo de volver a tomar dichas posiciones. Hitler destituyó a Guderian.
El principio del fin
Este impresionante retroceso de las filas germanas constituyó el fin de la Operación Barbarroja. Las dos plazas que había que tomar antes de otoño, Moscú y Leningrado, fueron imposibles de conquistar. En las nieves soviéticas, se escribieron por el camino épicos episodios bélicos como el sitio de Stalingrado o el propio cerco a la antigua capital de los zares.
Entre las causas del fracaso alemán en la campaña de la Unión Soviética se pueden citar la falta de información fiable del número de divisiones, armamentos y ubicación en el escenario del ejército soviético (una absoluta falta de previsión por parte del alto mando alemán), la falta de abastecimientos al creer Hitler que la campaña iba a convertirse en una nueva blitzkrieg (guerra relámpago), la vastedad del espacio soviético, que imposibilitó al inmenso ejército alemán abarcar todas las posiciones, la subestimación que Hitler hizo sobre la moral combativa y la industria militar soviética (Stalin tiró aquí de épica y de patriotismo para exacerbar a los suyos), la falta de la experiencia en terreno por parte de Hitler, quien tomaba decisiones militares de carácter técnico sin ser oficial profesional, o la destitución de oficiales competentes como von Bock, Guderian y Brauchistch, retirándolos del mando en medio de campañas importantes. Las informaciones del espía comunista alemán Richard Sorge, también fueron fundamentales para poner fin a los planes expansionistas alemanes.
Pero de todas las causas que explican el fracaso de Hitler en el este, el “general invierno” de 1941-1942, fue el gran culpable. A este soldado invisible, que ya tumbó un siglo antes a las huestes napoleónicas, la Historia le debe, con sus temperaturas históricamente extremas que limitaron la capacidad militar y moral del combatiente alemán, el haber parado al “monstruo” nazi.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario