domingo, 23 de diciembre de 2018

Tres momentos

La misma rutina de siempre. A las 7 de la mañana (bueno 7 y pico, que a uno le gusta dejarse abrazar en la cama un poco un poco más), uno se levantaba, se adecentaba un poco, se tomaba el Cola Cao e iba de camino al instituto. Caras de sueño, cansancio acumulado, sensación de desgana y charla con los amigos. Era el día a día continuo de un estudiante de Bachillerato de la primera mitad de los 90, la época que me tocó vivir en el Poeta. Cientos de momentos viví: muchos buenos, algunos excelentes, otros no tanto (tampoco vamos a mitificar gratuitamente), pero quedan dos momentos en la memoria y uno más de propina que afortunadamente, aún me mantiene ligado al “tuto”.

-Paisaje con figuras

Era por mayo. La calor asomaba y estaba en COU. El curso amenazaba con irse mientras la temida Selectividad avizoraba al incauto grupo que formábamos parte de ese curso 95-96. A última hora nos tocaba Historia del Arte, una de mis asignaturas preferidas de siempre. Además la impartía el Mijita. José Antonio Aguilar, qué gran tipo. Pero por muy buen profesor que seas y mucha paciencia que tengas, aguantar a última hora a 30 adolescentes con ganas de terminar el curso y no ver un aula en tres meses, no era plato de buen gusto.

Para hacer más llevadera esa infame hora, el profe puso un vídeo. Apareció Antonio Gala presentando aquel programa llamado Paisaje con figuras donde mezclaba Historia, Arte, literatura y un poco de mito para contarnos cosas interesantísimas. O al menos, así me lo parece hoy. Pero ese día no prestaríamos la atención debida al bueno de don Antonio. El drama comenzó al poco de musitar las primeras palabras el literato. Las mofas de unos, las risas cómplices de la mayoría y los comentarios jocosos a cuenta de la presumida homosexualidad del presentador del programa provocó la catarsis. Realmente enfadado, José Antonio dejó de ser el Mijita, aquel tipo afable y buena gente, para con el rostro cariacontecido, mandarnos a todos a nuestra casa media hora antes de terminar la clase porque no le había gustado el tono de la burla.

No habíamos sido justos. Aunque personalmente no participé de la broma, sí que reí las gracietas a mis compañeros porque no creía que hubiese nada ofensivo en la chanza (éramos adolescentes, conviene recordarlo). Pensé que eran comentarios inofensivos, que no irían más de una broma simplona y en realidad, carente de sentido. En los 90 aún se hacían chistes de mariquitas y lo veíamos tan normal. Yo llegué a casa con desazón. Algo había cambiado en nuestra (cuasi perfecta) relación con José Antonio.

Al día siguiente, el temor. A primera nos tocaba (sí amigos, lo habéis adivinado) Historia del Arte. Llegamos y durante cinco minutos nadie dijo nada. Nuestro profesor se dedicó a escribir en la pizarra una lista de casi treinta nombres de distinguidas personalidades de diferentes etapas históricas. Todos ellos, señores y señoras respetables por lo que habían conseguido.

-¿Sabéis quienes son?

-Sí -, respondimos la mayoría.

-Son todos maricones. Empezamos la clase.

En realidad, la clase ya nos la había dado. Todos nos quedamos muy callados, repasando el mal que habíamos perpetrado el día anterior. Ese día aprendimos algo realmente valioso que no estaba en ninguna programación de aula. De paso, nos rendimos a un profesor inigualable.

-El comentario es el comentario

Seria, justa, comedida, organizada, exhaustiva, calculadora. Estos adjetivos y algunos otros sirven para calificar a Cristina Gómez, nuestra profesora de Historia en aquellos años. Si hoy tengo que “culpar” a alguien de haber estudiado Historia en la Universidad, indudablemente sería a Cristina. Ella supo dar con la clave para meter en la cabeza de sus alumnos que esta disciplina para nada es aburrida. Ella nos hizo comprender que aplicando el método científico a la Historia le quitábamos las telarañas a una disciplina que lamentablemente hoy vuelve a estar desprestigiada porque no se enseña de forma correcta. Culpen a la burocracia de ello.

Recuerdo cómo eran esas clases. Trabajo constante. Gráficas, tablas, exposición de ideas, poca narrativa “tradicional” y comentario de texto. Mucho comentario de texto. Dentro de esos escritos estaba inserta la Historia, solo había que quitar el polvo y la paja para verla. Cristina supo acertar en el enfoque y puedo decir sin equivocarme a que la gran mayoría de los que formábamos ese grupo disfrutamos esos años con sus clases. Clases en las que la participación era fundamental. Normal que luego sacara sobresaliente tras sobresaliente. No es que uno fuera bueno, es que trabajaba con los mejores mimbres.

-Los lunes grecolatinos

Hace algo más de un lustro volví al Poeta. Y el Poeta me salvó. Pasaba por un mal momento personal y profesional. Sin trabajo y casi sin aspiraciones, de la mano de Taetro (algún día se valorará la nunca bien ponderada labor de esta gente) llegué un día al Poeta junto a Eufrasio Jiménez, otro ex alumno del centro, para hablar con Juan Luis Belizón, a la sazón, director en aquel momento del Poeta. Juanlu, amigo de batallas pasadas, acogió el proyecto que le presentábamos con su habitual predisposición. Aquella cosa que acogió con agrado era el Taller de Teatro Grecolatino, la continuación de esos talleres con alumnos de Secundaria que Taetro llevaba ya desarrollando cinco o seis años. Ahora teníamos sede, el salón de actos de nuestro instituto, teníamos todas las facilidades del centro y teníamos alumnos. Con el pretexto de montar algo de Plauto o Aristófanes, buscábamos inspirar a los alumnos en la cultura clásica: debates, charlas, preguntas, improvisaciones, ejercicios, juegos, texto, texto, texto… y estreno en el Teatro Moderno. Ayudamos a muchos chavales y de paso, nos ayudamos a nosotros mismos.

Hoy, más de un lustro después, mantenemos la chispa del teatro en el Poeta, agarrando el testigo que nos dieron los pioneros en el centro (el grupo Capacha, del que por cierto Juanlu fue integrante) y con la ilusión de estar en nuestra casa, con otra rutina. Esta vez mucho más llevadera que la de levantarse temprano.


Artículo publicado en la revista conmemorativa de los 50 años del IES Poeta García Gutiérrez de Chiclana de la Frontera, centro educativo en el que fui alumno desde 1991 a 1996.

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