jueves, 6 de diciembre de 2018

Esa pequeña casa en Zaandam


La noche cae sobre Amsterdam y es hora de sumergirse en la cultura de bar de la ciudad. Los habitantes de este lugar tienen un sentido único para departir y compartir momentos alrededor de una buena ginebra vieja (oude jenever) o de una cerveza con cuerpo. Aquí no son excluyentes. Cualquier cosa vale con tal de cobrarse una buena conversación. Y tenemos variedad en ambientes: desde aquel que se desvive por la cultura clubbera (Amsterdam es una de las mecas de este movimiento), hasta rockeros (nuestros preferidos) pasando por establecimientos añejos que ha visto pasar la Historia tanto en sus buenos como en sus malos momentos como por ejemplo Hoppe (Spui, 18-20). La mañana sin resaca nos despierta para invitarnos a ir a una isla cuasi desierta en mitad de la urbe. Un lugar de mítica tranquilidad donde se disfruta del silencio y se respira bienestar. Es el Begijnhof, una comunidad de mujeres devotas o beguinaje propia de los Países Bajos que surgió a finales de la Edad Media y que sorprende por lo aislado que parece estar del mundanal ruido. Visita obligada para templar ánimos antes de emprender camino.

Y ese camino nos llevó por primera vez fuera de Amsterdam. Seguimos con la improvisación. Nos hablaron de Zaandam, de Zaansche Schaans, de su historia, de sus molinos, de sus paisajes. Llegamos a la Estación Central para de repente, entrarnos ganas de quedarnos a vivir para siempre en Zaandam. Pueblo bello, tranquilo pero animoso. Calles luminosas y transitadas, cafés que desprenden buenos aromas y conversaciones pausadas. Y seguimos unas huellas marcadas en el camino hasta descubrir, en un recoveco, una casa. Una casa especial. No quisimos entrar en un primer momento por no parecer curiosos… pero la curiosidad nos mató y traspasamos el umbral de un sitio peculiar.

Habíamos llegado a la Casa del Zar Pedro I El Grande de Rusia (Czar PeterHuisje), el hogar que fue expresamente construido para tan alta personalidad cuando visitó esta ciudad en 1697 mientras aprendía de las artes de la construcción naval. Sus planes: replicar esas técnicas en Rusia para construir la flota militar más grande jamás conocida. Allí estuvo el Zar un tiempo, viviendo en esa casa. Fue tal la impronta que dejó en Zaandam que la casa se mantuvo a lo largo de los años y los siglos. Ilustres visitantes (Napoleón o Isabel II de España, por poner solo dos ejemplos) franquearon la entrada de esta pequeña cabaña, de pareceres humildes pero donde se siente en sus estancias aún el calor humano. Hoy es el centro de información de un episodio histórico que parece anecdótico pero que es fundamental para conocer una parte importante de la Historia del Imperio Ruso en sus relaciones internacionales (entonces escasas con el resto del continente). Y para atender a los visitantes, allí está Farida Guseynova, que te explica con sumo gusto y detalle (por si aún te has quedado con ganas de saber más) todos los procesos históricos que confluyeron en la construcción de esa pequeña casa en Zaandam. Una sorpresa luminosa, una estancia de sobresaliente. No se lo pierdan mientras van de paso a los campos de Zaanse Schaans.

El viento te da de cara mientras contemplas la maravillosa comunión entre el agua y la tierra. Los molinos mueven sus aspas acompasadamente te das cuenta de lo bien aprovechada que ha estado la semana mientras piensas en la fatalidad de volver a la rutina y dejar atrás un país maravilloso, una gente cálida y amable, un mundo por contemplar...

Foto: @zuhmalheur
Artículo originalmente publicado en Berenjena Company.

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