La historia es sencilla, luminosa, cercana, a ratos empalagosa, pero muy sensitiva, muy humana. Y es que Tornatore nos cuenta que las historias que el cine nos ha contado a lo largo de un siglo están tomadas de la realidad y que esa realidad hay que vivirla exprimiéndola al máximo. Es lo que hace su protagonista, Totó, que hace girar su vida en torno al amor: el amor hacia una mujer (que por cierto, no perdura), el amor hacia el cine (mágica es la escena final donde se trasluce todo ese sentimiento hacia el Séptimo Arte), y el amor hacia Alfredo, el amigo que le presenta uno de sus dos grandes amores, y que es el motor del argumento de esta película.
Una película que si bien no es redonda en su planteamiento, cuenta con un plantel de actores de nivel (magistral Philippe Noiret) y un desarrollo de la acción que haces que te quieras convertir en ese pequeño Totó asomado a la ventana del proyeccionista para ver cómo se besan esos antiguos actores en blanco y negro.
Por cierto, Morricone hace la música. Ea.
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