miércoles, 16 de marzo de 2011

DIGNIDAD


U
no ya está hastiado de tanto comportamiento acomplejado e infantil. Fruncimos el ceño cuando un ministro alemán dimite por “copiar” en su tesis doctoral. Dimite, sí. Deja de cobrar del Estado, se va a su casita, recupera su dedicación habitual y avergonzado por el daño cometido (que para él y para su sociedad, es un daño), intenta recuperar su dignidad.

Dignidad. Hace unos veinte siglos, más o menos, los romanos hablaban de este concepto. De hecho, nuestro vocablo procede de la palabra latina dignitas, a saber, un concepto de forma de vida ligado, ante todo, a la vida política, e impregnado por un fuerte carácter moral. La dignidad romana se basa en su sistema de competencias otorgadas por una cualidades, unas capacidades y una “intachable” conducta moral que lleva asociado un reconocimiento público y por supuesto unos honores.

Hoy se habla de dignidad en muchos escenarios de la vida, pero sobre todo en política. En España hemos acostumbrado mal a nuestra democracia, hemos aprendido “demasiado deprisa” lo que significa ser democráticos, y de hecho, hemos tomado con demasiada antelación todos los vicios inherentes al “menos malo de los sistemas políticos”, tal y como lo definió Woody Allen. Nos hemos acostumbrado demasiado pronto a que la corrupción sea algo innato del ejercicio político o que la demagogia se haya instalado en nuestras vidas con absoluta condescendencia por parte de los que ofician la práctica del servicio al ciudadano.

Esta misma semana se ha hablado de dignidad en Albacete. La exigía Carmen Oliver a la oposición. El PP acusa a la alcaldesa de usar fondos públicos para una campaña personal, imputación que aún queda por demostrar puesto que no se han presentado pruebas al respecto. Oliver amenaza con los juzgados y los ciudadanos asisten impasibles al circo que se monta de tanto en cuanto, puesto que hoy será acusar a la alcaldesa de “robar”, pero mañana será que tal concejal de tal partido habrá cometido no sé qué delito... presuntamente, claro.

Pide la alcaldesa dignidad en el ejercicio de la política. Esperemos que tal y como ha sucedido lamentablemente con el concepto de democracia, no sea tomado en vano, no quede usurpado de su significado original, no sea pisoteado en su misma esencia. Quizás, si todo eso ocurre, a la dignidad le ocurrirá lo que decía Schopenhauer: “Me parece que el concepto de dignidad, basado en un ser tan pecaminoso en voluntad, tan limitado en espíritu, tan caduco y vulnerable en el cuerpo como es el hombre, solo puede emplearse irónicamente”. Pues eso.

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