jueves, 26 de noviembre de 2009

ISLANDIA (II): EL ESTALLIDO DEL GÉISER


E
uropa estaba invadida de fondos bancarios islandeses. ¿Qué hace el dinero de ese frío país en entidades financieras de todo el continente? Esa era la pregunta que algunos se hacían, los más precavidos. Pero cuando todo se vino abajo, la pregunta cambió: ¿Por qué no nos dimos cuenta? Pero ya era tarde.

En el actual entorno, el banco central islandés no ha tenido la infraestructura necesaria para actuar como prestamista. La falta de confianza ha hecho mella en los bancos islandeses porque los mercados no han creído que su Gobierno tuviera capacidad para respaldar el sistema bancario. De hecho, algunos de los países en los que operan las entidades islandesas ya salieron a su rescate. Los bancos centrales de Suecia, Noruega y Dinamarca concedieron en mayo de 2008 un crédito de 1.500 millones de euros a su homólogo islandés para fortalecer su moneda y estabilizar la economía del país, aunque los resultados no han fructificado en la medida de lo deseable.

La crisis financiera ha ido pareja a un deterioro de las variables macroeconómicas del país norteño. La inflación se ha disparado hasta rayar el 15 por ciento (al inicio de
la crisis estaba sobre el 5 por ciento), una subida acentuada por el derrumbe de la divisa islandesa: a principios de 2008 un euro se cambiaba por unas 62 coronas, mientras que el tipo de cambio que muestra ahora el banco central, el Sedlabanki, es de 183, una depreciación que amenaza con asfixiar el comercio exterior de un país que depende fuertemente de las importaciones. El Sedlabanki ha subido los tipos de interés hasta cotas inimaginables para controlar la inflación y apoyar la devaluada corona.

Incapaces
Islandia se ha mostrado incapaz de salir del agujero por sí misma. El Gobierno se ha sometido al asesoramiento del FMI y en cierto momento sobrevoló el fantasma de solicitar un programa de ayuda económica (algo habitualmente reservado a países en vías de desarrollo o directamente, pobres).

Lo que sí se ha confirmado es la reapertura del recurrente debate sobre la integración en la Unión Europea que ya se ha vuelto a poner sobre la mesa.

La crisis islandesa también ha puesto de manifiesto que la consigna sálvese quien pueda es válida en momentos de tribulación, empezando por los directivos financieros y parte de la clase política. No en vano, el gobierno presidido por el conservador Geir Haarde, se vio obligado a dimitir, cerrando así 18 años de poder de la derecha. En la actualidad, es la socialdemócrata Jóhanna Sigurðardóttir, la que rige los destinos del país.

Pero aquellos que no han podido salvarse han sido los ciudadanos de clase media, los más damnificados por el estallido del géiser financiero. Algo raro de ver en las calles de Reikiavik eran las manifestaciones. Las ha habido, al estilo islandés (tranquilas, sosegadas), pero manifestaciones al fin y al cabo. En algunas de ellas, han participado José y Moses. El primero español, el segundo chileno. Ambos emigrantes en tierra extraña y con negocio propios. A los dos les ha afectado la recesión de forma distinta.

José, afincado en la isla desde hace diez años, cuenta que en el restaurante donde él es encargado aún no se nota demasiado la crisis, porque dice estar todo casi como siempre. Sin embargo, como ciudadano ve que “las cosas no van bien en el país como si iban antes”. Un caso distinto es el de Moses Kjartan, que vive en Islandia desde hace nueve años. Él ha visto como su negocio de importación de productos españoles se ha venido abajo de golpe. El banco no le da crédito para poder traer sus productos. Aún así, tiene esperanza en recuperar lo perdido.

Sólo dos casos de cómo se vive la crisis en Islandia. Un país que busca salidas a la encerrona que la avaricia de unos pocos ha creado.

Continuará...

Un reportaje de Raúl Moreno y Miguel Á. Bolaños

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