viernes, 6 de noviembre de 2009
CHAPUZAS ESPAÑA, SA
Q
ue entre las cualidades del español no figura la eficiencia británica o la constancia germana es algo sabido. Que durante muchos años se nos veía más allá de los Pirineos como gente que tira de improvisación, también. Y que lo de jugar a espías nunca se nos dio bien, pues ya se lo pueden imaginar. Más incluso, después de echarle un vistazo a un libro que acaba de ser publicado sobre la historia del MI5, el servicio secreto británico.
Para que se hagan una idea (extremista, hiperbolizada, totalmente exagerada pero que bien podría ser real). En plena Segunda Guerra Mundial, mientras el Reino Unido tenía en nómina al mejor James Bond de todos, nosotros contábamos con Anacleto, agente secreto. Mientras el primero pedía martinis con vodka, el segundo se desvivía por un bocata de anchoas. ¿Exagera el articulista en su comparación de los servicios secretos de un país y de otro? Pues no. En el libro La defensa del reino, de Christopher Andrew, se cuentan las andanzas de espías españoles enviados por Serrano Suñer, ministro filonazi de Exteriores de Franco, a la embajada patria en Londres. Y lo que en esas páginas se narra es de chiste. La chapuza por la chapuza, algo que daba vergüenza ajena (sentimiento que por cierto, no se sabe qué es en el mundo anglosajón, quizás por eso se la denomina spanish shame), y que aunque no nos lo contara un profundo conocedor del funcionamiento del MI5, nos lo creeríamos a pie juntillas.
En La defensa del reino, Andrew dedica un intenso relato a narrar la inquieta época en la que el juego de espías se hacía necesario para intentar desestabilizar al enemigo. Como es lógico, el Foreign Office puso su mirada en la embajada española puesto que sabía que era nido de acogida de filonazis en la capital británica. Como contramedida, Serrano Suñer envió a un grupo de espías (por llamarlos de alguna forma), que encabezaba un ex torero que se dedicó durante años al noble oficio de limpiabotas en Madrid y que cuando lo invitaba al Savoy a comer se zampaba el pescado con los dedos, un aprendiz de periodista que acabó seduciendo a muchas damas inglesas o a un español empleado de la sede diplomática que por unas “perrillas” pasaba pilas y pilas de documentos cifrados al MI5, entre otros anecdóticos casos. En menos de un mes, los ingleses conocían los pasos del embajador y su séquito al dedillo. Además conocieron que eran una veintena de presuntos espías los que intentaban conseguir información para el III Reich. Sin embargo, Berlín echaría de menos cualquier tipo de información, mientras que el Foreign Office caló desde el primer momento al torero, al periodista y a otras figuras de la farándula que pululaban por la embajada.
Estos humorísticos episodios no han parado de producirse en la historia reciente de España. Hay que decirlo con todas las letras. Hemos sido especialistas en ser unos chapuceros, aunque a marchas forzadas hemos intentado quitarnos ese lastre en la etapa democrática. El franquismo fue una pesada losa para la imagen de España en el exterior y es que a la mantilla y peineta, hemos conocido ahora que no servíamos ni siquiera para poner la oreja... Claro, que no tenían como portera a un Jorge Javier Vázquez como nosotros.
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