domingo, 26 de julio de 2015

El chou y lo otro

En general, no me gustó el chou. Aparecieron cosas que sí funcionaron y otras que no, pero en resumen, no. El chou (así llamaba Cristina Medina al "show" por si ustedes no lo han pillado, que seguro que sí) de la segunda sesión de los Miércoles de Teatro tuvo mucho de humor de línea gruesa en determinados momentos, que sinceramente, no hicieron mucho por levantar un montaje sustentado por pinzas durante gran parte de la representación.

Hace meses escribía sobre Falete que después de haber creado un personaje que casi vampiriza al artista, el cantante sevillano supo sobreponerse a esta negra sombra para emerger como un intérprete de calidad. Es el peligro de quien crea y modela un personaje que viene como anillo al dedo a la persona que lo sujeta. Le sucede también a Cristina Medina, que en Sólala no supo (o no quiso) quitarse de encima su interpretación más reconocida (la Nines de La que se avecina). Nada que objetar en ese caso, todo lo contrario. Si el personaje está bien construido y sabe por dónde caminar, perfecto, habremos triunfado todos: ella como intérprete y el público como receptor de su mensaje. El problema viene dado cuando esa interpretación se diluye en chascarrillos de humor chusco y en una improvisación que no es tal por lo acartonado de las gracietas y de las situaciones que plantea.

(Foto: Paco López)

Los primeros 20 minutos del chou hacían presagiar un naufragio en toda regla. Una presentación chabacana, una concatenación de chistes sin hilo ni concierto, que el público (por cierto, entregadísimo a la estrella), acogió con cierto regocijo (no entendimos muy bien por qué). Afortunadamente el chou dejó atrás el mal sabor de boca de lo otro. Y es que el centro de la función fue un bonito homenaje al cine mudo dentro del teatro. Tampoco es que fuera una obra maestra, pero el humor grueso dio paso a gags más definidos, más visuales, tirando del físico que la actriz sabe explotar como marca de la casa y que tanto caracterizó a los grandes del cine previo al sonoro: esa parte de la función bebe de Harold Lloyd, de Chaplin, de Keaton, incluso de Arbuckle (sí, porque los gordos también saben usar su físico). Una historia sencilla -la de Mary Lonli-, pero contada a una velocidad terminal que ayudó mucho al dinamismo de la función. Lo que no fue de gran ayuda fue el impasse entre la primera y la segunda parte de ese homenaje al slapstick y a la comedia desenfrenada de los años 20, porque de nuevo volvimos al sopor de una actriz sin soporte sobre el que actuar. Retornamos a lo que no queríamos, a lo otro, cuando ya nos habíamos acostumbrado a un chou que se dejaba ver con cierta facilidad y con altas dosis de complicidad. Pero Medina volvió por sus fueros, corriendo como las locas, literal y figuradamente, para entregarnos un final que al menos pudo elevar el tono de una función en la que no hubo naufragio, pero en la que sí quedamos algo empapados por la ola...

No hay comentarios: