jueves, 21 de agosto de 2014

El polvo y la paja


No quiero masturbarme. ¡Quiero follar!

En un determinado momento de la representación, Santiago Molero le gritaba esto a Rulo Pardo, ambos autores e intérpretes de Sexpearemente, una oda al trabajo teatral, un viaje por odiseas a veces difíciles, pero siempre gratificantes. Bueno, que me disperso… Lo de hacerse pajas y follar venía a cuento por lo siguiente: en un pasaje de su propia historia teatral, los dos actores se dieron cuenta que algo fallaba, que quienes solo venían a verles al teatro eran familia, amigos y gentes de la farándula en general. Problema. De ahí la maravillosa metáfora del no querer hacérselo uno mismo, sino compartirlo con más gente. Algo así pasa en Chiclana eh… Aquí nos pajeamos mucho y follamos poco con otras personas. Quien quiera entender la metáfora, que recoja.

Si hace un par de semanas decíamos que Suripanta trajo un dinamismo pocas veces visto sobre las tablas del Teatro Moderno, llegan Pardo y Molero (actores baqueteados en cualquier género y por ello, solventes en lo suyo) y baten el récord mundial. Este repaso a su vida sobre las tablas visto a modo de cuadros y con un finísimo humor dotado de pinceladas críticas, presume de potencia con control, de exceso domado, de velocidad pausada y de una fluidez asombrosa. Normal que el sudor de los dos intérpretes regara las tablas. Sudor del trabajo bien hecho.

Sudorosos también por este frenesí teatral salimos los allí presentes. Ni muchos ni pocos ni todo lo contrario. Chiclana, oyes… El que no estuvo se perdió un espectáculo de altura que dos actores supieron dominar a la perfección. Un viaje este, por sus experiencias que es metáfora de la situación teatral en el país. Muchos proyectos que surgen al calor de las subvenciones (fantástico sketch), para luego montar compañías que ponen en escena obras de todo tipo (desternillante La casa de Bernarda Alba…ñil), hasta la reconversión en espectáculos más pequeños por modas (el Hamlet en clave de comedia) o por la crisis... con la vuelta al cabaret que nunca abandonaron. Hablando de cabaret, el final fue colosal. Uno de esos que hacía tiempo que no sentía, que no disfrutaba. Dándolo todo en los diez minutos finales, con una imaginería poderosa y con escasos pero poderosos efectos (gran selección musical, por cierto, desde Raphael a Muse) que dieron lustre a ese epílogo que nos dejó con cierta sensación agridulce… ¿Qué habrá en el futuro del teatro? Probablemente si seguimos el camino de libros que nos dejaron por el escenario, encontremos la respuesta… sexpearemente…

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