jueves, 16 de febrero de 2017

El tango que santifica el pecado

Lo reconozco. No tengo adjetivos calificativos. Debe ser cosa de mi exigua formación o que no me alcanza a utilizar el lenguaje de forma adecuada pero no sé qué puedo decir más para categorizar la actuación de La Porteña Tango Trío en su última visita al Teatro Moderno de Chiclana. Quizás solo puedo decir una cosa y con eso resumo todo lo que quería expresar: sigo aprendiendo de ellos. Para un neófito del tango como es uno, asistir ya a tres recitales de Alejandro Picciano, Federico Peuvrel y Matías Picciano han sido tres auténticas master class, tres zambullidas en el fastuoso y onírico mundo del tango argentino, de sus sones y sus danzas, de su lunfardo, de su carácter arrabalero en lo fundacional, de su aire portuario en lo gestante, de su ambiente prostibulario. Y que los dioses de la música me lo permitan, que nada de ofensivo hay en calificar el origen de esta manifestación artística como tal. Orgullosos tienen que estar -y lo están- en el Río de la Plata con tan humilde (y nada pecaminoso) origen.

Sigo aprendiendo de La Porteña Tango Trío. Ya me atrevo a identificar entre tango, milonga, valsecito, candombé... ¡Osado de mi! Sigo maravillado por las sinergias raciales, artísticas y culturales que confluyeron hace más de un siglo para mezclar lo negro con lo criollo, lo italiano con lo español, lo de allí con lo de acá para hacer del tango un son universal.

Y La Porteña Tango Trío busca alimentar las ascuas de esa herencia multicultural. Lo hacen condenadamente bien porque son arqueólogos de los sonidos a los que son tan afectos. La dirección musical de Alejandro Picciano sondea en esa dirección cerciorándose que el tango no se muera, que su intrahistoria siga sonando en teatros de medio mundo y que cuando se oiga la palabra tango en Vladivostok o en Chiclana sepamos amar por igual a Gardel que a Manzi, tanto a Piazzolla como al Chupita Stamponi. Unos más conocidos, otros menos, todos memorables.


Precisamente a Héctor Stamponi está dedicado el último trabajo discográfico de La Porteña. Qué me van a hablar de amor, producido por Litto Nebbia. Con la colaboración estelar de Ana Sofía Stamponi, nieta del homenajeado, no es solo la señal inequívoca del artista que lucha por defender el tango como música del mundo, si no también la prueba fehaciente de la inmensa labor investigadora que Alejandro, Fede y Matías realizan en pro de los vestigios culturales de su país. Con la ayuda de la inmensa Eugenia Giordano, nueva cantante que acompaña al trío y que encierra en su garganta una catedral vocal, un torrente de afectos y de matices que dan para que las distintas composiciones suenen poderosas, nada complacientes para el oyente y sí plenas de color, llenas de vida. Es un acierto haberse topado con Eugenia puesto que el repertorio de Stamponi alcanza nuevos bríos con esa voz que nos ha conquistado. El último café, Ventanal o ese Perdóname que nos dejó tiritando de emoción son muestras de su dominio sobre las tablas.

De lo musical poco podemos decir que no lo hayamos dicho ya. Asumía mi fracaso al principio. Ya se me acabaron los calificativos, los adjetivos, los epítetos, las glosas para La Porteña. Aquí ya pueden ustedes comprobar cómo se las gastan estos chicos. Pero tuvimos la suerte de vivir momentos únicos como esos acercamientos a Homero Manzi o a Astor Piazzolla (crudo y brutal su Libertango), que en lo musical te atenazan y se te quedan clavados en el fuero interno. Esa es la magia de La Porteña Tango Trío. Su proselitismo es tan fiero, tan audaz, tan eficaz que aunque no sepas nada de tango, te deja clavado en el asiento y si no, escuchen su Vuelvo al Sur. Espectacular.

La Porteña Tango Trío retornó al Sur. Esta vez para demostrarnos que se puede hacer aún mejor que en otras ocasiones. Espectáculo redondo que rescató al frío público y los llevó por los arrabales para darles calor, amor, humor, teatro, danza (fantásticos Amira Luna y Damián Roezgas) y tango. Felicidades por ello y hasta la próxima. Sepan que les estaremos esperando.

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