domingo, 1 de mayo de 2016

El plateado del mar

Ahora que vuelve a oler a atún...


La pesca se consolida como una actividad artesanal en la que las técnicas se trasmiten de generación en generación. Ya en la antigüedad, aparece como una de las actividades esenciales para el sostenimiento económico de las primitivas sociedades cazadoras-recolectoras. Durante siglos la pesca tradicional se desenvolvió como una de los pocos hechos capaces de asentar población en un medio como el litoral, percibido como poco favorable. Si en el Creciente Fértil mesopotámico fue el cultivo de cereales el que dio paso de esas sociedades cazadoras-recolectoras a otras cuyo modo de producción hizo asentar la población en un lugar concreto, en la costa, fue la pesca la que ejerció de acelerante para el paso del Paleolítico al Neolítico.

La zona del Estrecho fue la elegida por los colonos y comerciantes fenicios (también griegos, aunque su presencia fuera más testimonial en esta zona) para instalar sus factorías. Ellos fueron quienes, hace ahora casi tres milenios, industrializaron la pesca del atún, fundando en las costas atlánticas del Estrecho, núcleos de población como Gadir, Lixus, Puerto de Menesteo, etcétera, desde donde establecieron contactos con las poblaciones autóctonas, y posteriormente pasando a consolidarse como ciudades.

Con la llegada del Imperio Romano, los pescadores, desde bien temprano, iban a la mar y volvían con las bodegas cargadas de pescado. La pesca de las almadrabas y los viajes a los caladeros norteafricanos propician el primer momento de gloria del de las actividades pesqueras en el golfo de Cádiz. El mítico Templo de Hércules, hoy Castillo de Sancti Petri, fue testigo mudo de estos vaivenes comerciales.
En el siglo VIII se produjo la llegada de los musulmanes a la península Ibérica. Se desconoce, hasta qué punto esta civilización continuó o puso en práctica la vieja economía de producción inaugurada por los fenicios. De lo que no hay duda es que siguieron capturando el atún en estas aguas, tal como había venido haciéndose desde siglos, incluso variando los términos lingüísticos usados en el argot de esta pesca; la misma palabra almadraba (“lugar donde se lucha, donde se pelea”), es un legado más de entre los muchos tecnicismos que debemos a los seguidores de Alá que permanecieron ocho siglos en la península Ibérica.

Expulsados definitivamente los musulmanes de España a finales del siglo XV, la inseguridad en la costa se acentúa si cabe aún más. La inseguridad en esta costa fue tal, que pocos se aventuraban no ya a poblarla, incluso a circular por ella. De modo que los duques de Medina Sidonia, con dominios por toda la comarca y encargados de la explotación por aquellos entonces de la actividad almadrabera (del siglo XIII al XIX), se vieron obligados a reclutar y emplear a gente perdida para otros menesteres en ciudades como Sevilla o Córdoba, la mayoría convictos de robos y crímenes.

Es aquí cuando empieza la fama de picardía con que se conocerá tradicionalmente a las gentes que laboraban en las almadrabas de la costa atlántica gaditana, pese a la cual los duques obtuvieron unos rendimientos que hicieron de su Casa una de las más ricas de España. Para salvaguardar a personas y enseres, mandaron construir a mediados del siglo XVI, infraestructuras que componen hoy un insustituible legado en muchas de estas poblaciones, cuyo paisaje debe parte de sus elementos más prominentes a esta modalidad pesquera: una de éstas son las chancas, edificios en los que se realizaba el procesado del atún y donde se ejecutaban tareas administrativas; las torres vigía que punteaban el litoral andaluz y eran utilizadas para el avistamiento de las "tropas de atunes" que se acercaban al Estrecho para la freza, o incluso el conjunto de viviendas que habitaban los trabajadores y trabajadoras durante las temporadas. Casos como el de la chanca de Sancti Petri o la de Conil, el castillo de Zahara o como el Real de la Almadraba de Nueva Umbría. También se construyeron atalayas y torretas para la vigilancia a lo largo de todo el litoral como es el caso de la del Puerco.

La actividad almadrabera en la península de Sancti Petri es fructífera en esos siglos, de cuando este rincón de Chiclana era conocido como La Barca y y ya desde los siglos XVII y XVIII existían pequeños establecimientos de salazones. Será en el XIX cuando ya se instaló una factoría almadrabera tal y como la conocemos hoy en día. Eran los tiempos en los que los “italianos” o los Curbera (estos hasta 1930) trabajaban en estas actividades, aunque eran meros arrendatarios allí en Sancti Petri.

Al inicio del siglo XX, de la importancia de esta pesquería almadrabera da una idea la existencia del Consorcio Nacional  Almadrabero, resultado de la unión de las empresas almadraberas andaluzas, que construyó y gestionó poblados almadraberos, como antes hicieron los duques de Media Sidonia. Éstos se volvieron a repoblar con trabajadores tanto de las faenas de pesca como de las actividades anexas, fundamentalmente de las fábricas de salazón y de conservas de atún. Pero esta actividad no duró mucho tiempo, pues al alto coste fijo que conlleva una almadraba y el gran número de personal que es necesario para su funcionamiento, unido al descenso de la pesca, hizo que en 1970 el Consorcio Nacional Almadrabero entrara en decadencia por la falta de beneficios y se llegara a casi la desaparición total de las almadrabas, incluida la de Sancti Petri, que cerró como factoría en 1971.

En la década de los 80 vuelve a resurgir la actividad almadrabera en manos de empresas privadas, que comienzan haciendo grandes inversiones en material y mano de obra, pero veían que todos sus esfuerzos no eran suficientes para el mantenimiento de la actividad, así que optaron por buscar nuevas vías de comercialización y aventurarse a comercializar en Japón. Sin embargo, Sancti Petri ya no jugó en esa “Primera División” del atún y salvo intentos poco fructíferos por montar una nueva almadraba en la primera década del siglo XXI, poco más se ha hecho por revitalizar esta actividad en el poblado marinero que hoy languidece con un ojo puesto en un futuro que le sirva para volver a reverdecer los laureles… o mejor dicho, reverdecer plateados,… los de los lomos del atún que tanto han dado a este rincón de nuestra Chiclana.

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