lunes, 19 de abril de 2010

PRÁCTICAS SALUDABLES


C
uando vemos que en ciertos países más de la mitad de la población no tienen cobertura sanitaria pública y deben hacer encaje de bolillos para ser atendidos en un centro de salud o en un hospital, nos echamos las manos a la cabeza. Nos acordamos que, a pesar de problemas e imperfecciones, el sistema sanitario español funciona fundamentalmente porque en los años 80 se apostó por la universalización, tejiéndose a partir de ese momento lo que ha dado en llamarse el Estado del Bienestar.

Pues bien, hay países tan avanzados como Estados Unidos que ahora mismo están 30 años por detrás de España en lo tocante a esa universalización de la sanidad. Debaten los estadounidenses la forma de crear una red pública de sanidad al amparo de la propuesta presentada al Congreso por su presidente, Barack Obama. Loable intento el de este mandatario que se ha encontrado con no pocos obstáculos por parte de la derecha y de los lobbies de las aseguradoras, verdaderos dominadores del “cotarro sanitario” al otro lado del charco.

En España no tenemos ese problema. A pesar de ser pieza jugosa en tiempos pre-electorales (recuerden si no cuándo se habla de listas de espera y de construir hospitales), la sanidad pública española no tiene nada que envidiar a las más avanzadas del mundo. Grandes profesionales, equipamientos e infraestructuras de primera y el compromiso de las administraciones por seguir apostando y fomentando ese sistema, son condicionantes del éxito, sin olvidar que existen problemas casi crónicos que con imaginación y trabajo constante deben ser subsanados.

En este contexto, Castilla-La Mancha se presenta como una región celosa de su tejido sanitario. En la comparación con otras comunidades (en algunas, incluso se crean esos “artilugios” llamados fundaciones que no esconden otra cosa que una privatización disimulada del sistema), los castellano-manchegos salimos ganando. No hay que bajar la guardia, eso sí, en un asunto de capital importancia. Lo social siempre debe anteponerse a aspectos más prosaicos.

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