martes, 16 de marzo de 2010

HOLANDA, AL ROJO VIVO


G
eert Wilders es su nombre. El Partido para la Libertad (PVV), es quien le sostiene. Una suma de factores que ha revuelto las esencias de un país como Holanda, depositario durante años del modelo de Estado del Bienestar y de la cohabitación de culturas. En la “tierra de la libertad” unos que se autodefinen como defensores de la misma, han causado un cataclismo a escasos tres meses de unas importantes elecciones legislativas en los Países Bajos, que se halla sumida en una crisis política sin precedentes. El populismo (unido con toques de xenofobia y odio hacia el diferente), ha vuelto a ganar la partida a la democracia en plena coyuntura de recesión económica y precisamente, usando los resortes democráticos para minar las bases del sistema. El PVV se ha alzado como fuerza de creciente importancia en el país de los tulipanes en las últimas elecciones municipales donde ha menoscabado el poder de socialdemócratas y democristianos a base del típico discurso demagógico y alarmista que se sacan algunos de la chistera en plena crisis económica. La culpa de todo la tienen los de siempre, el diferente viene a quitarnos el trabajo. Dos frases usadas en los últimos meses por Geert Wilders, líder racista del PVV, para ganar votos y poder, hasta el punto de decir que “vamos a lograr ser el partido más grande de Holanda el 9 de junio”, fecha señalada para la celebración de elecciones generales en Holanda.

Pero el ascenso de la extrema derecha no es nuevo. En Holanda ya se venían advirtiendo señales desde hace unos años. En 2003, el asesinato de Pim Fortuyn hizo saltar todas las alarmas. Ese mismo año ganó la alcaldía de Rotterdam con un programa centrado en el rechazo de la inmigración musulmana, el mismo con el que se iba a presentar a las generales, en la que según todos los sondeos, podía salir como vencedor absoluto. Con una fuerte campaña mediática tras de sí, Fortuyn forjó una imagen de redentor de problemas sociales y se ganó el favor de una parte del electorado, fundamentalmente jóvenes de bajo perfil cultural y con ingresos bajos-medios.

Su muerte desencadenó un repunte del odio hacia los musulmanes, colectivo al que se inculpó indirectamente de la muerte del demagogo líder holandés. En 2004, el asesinato de Theo van Gogh, director de cine ateo radical y abiertamente contrario a la sumisión que el islam imponía a las mujeres, supuso otro aldabonazo para que las fuerzas de extrema derecha fueran calando entre esa población tan vulnerable a los mensajes claramente xenófobos.

Con este caldo de cultivo, más el horizonte de crisis económica generalizado, Holanda vive hoy envuelta en las tinieblas que un posibilista de lengua fácil quiere imponer a partir del 9 de junio. ¿Se acaba el sueño holandés?

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