lunes, 19 de enero de 2009

TERRORISMO ESTÉTICO


U
n polígono industrial de las afueras... las vías del tren... una estación típicamente sesentera (o setentera, no lo sé)... una avenida propia del crecimiento de la ciudad... edificios altos... más edificios altos... una fuente (con ranas)... otra avenida con edificios algo más bajos y algún que otro lugar de interés... Don Quijote y Sancho... esculturas de tias y tios gordos... y por fin, llegamos a El Altozano.

Aquí vemos las primeras muestras de lo que puede denominarse "casco histórico de Albacete", si exceptuamos que antes hemos pasado por el paseo de La Libertad y nos hemos topado con la Diputación y su reja tiroteada. En El Altozano, tenemos el Ayuntamiento viejo, el Gran Hotel, La Unión y El Fénix y... pare usted de contar. La calle Ancha no está mal, conserva algo de encantos de principios de siglo pasado. Si nos vamos en dirección al Ayuntamiento, tenemos la catedral, a la que yo, profano de lo de aquí pero entendido en otras cuestiones, sí que encuentro algún que otro aliciente a pesar de que más de un albaceteño ha renegado de ella. Y me pongo a buscar y más allá veo la Casa Perona, de la que algún día alguien muy cercano me dijo que allí vivía la Defensora del Pueblo (hoy el cargo ha cambiado de sexo).

Lo tiene chungo aquel historiador, aquel licenciado en Bellas Artes, aquel experto en este trocito de la cultura que se dedica al estudio del patrimonio arquitectónico, cuando llega a Albacete. Me cuentan que hace años era otra cosa. Leo y veo en libros imágenes pretéritas del esplendor de la ciudad en lo tocante a su casco histórico. Y no me lo creo, de verdad que no me lo creo. No concibo como una ciudad con lugares, rincones, balconadas, ventanales, vitrinas, lámparas, fuentes, espacios públicos, inmuebles singulares, etcétera, haya perdido todo ese esplendor y lo haya trocado por la más absoluta nadería, arquitectónicamente hablando claro.

Existió una grave enfermedad en la España del desarrollismo que luego se contagió a aquellos adeptos a la cultura del pelotazo basado en la teoría del ladrillo y en la práctica de llevarse el dinero a espuertas. Ese grave desorden significó el fin de un estilo urbano, el deceso de una forma de construir ciudades y de mantener patrimonios que no daba dinero, pero sí prestigio, no daba riqueza, pero sí status de ciudad bien considerada y bien mirada. Ese terrorismo estético que cambió edificios suntuosos por zafiedades funcionales es el que acabó con una ciudad que a mi, como albaceteño de adopción, me hubiese encantado conocer. Pero es lo que hemos tenido en este país. Mucho malandrín con ganas de pasarse de listo que con la connivencia de algunos le ha dado a Albacete una de sus señas de identidad cuando uno de fuera pregunta como es la ciudad: es fea. Los culpables... búsquenlos en la historia.

2 comentarios:

Alfonso Piñeiro dijo...

Uffff, rozando el larguero de lo políticamente correcto. Hay un consenso más que probado en torno al terrorismo estético local, pero de ahí a mentar la bicha en público hay un trecho. No gusta nada por aquí apearse del orgullo, y menos cuando viene a "señalar" un "extranjero".

Miguel A. dijo...

Quizá el que señale un extranjero sea motivo para darle vueltas al asunto... precisamente por eso...