viernes, 30 de noviembre de 2018

El santuario de Elefantes


Hay un lugar, en alguna parte, donde reside la música sencilla, aquella que con las palabras atinadas, los versos bien engarzados, la rima concreta y las melodías pegadizas te hace recordar la importancia de una canción bien hecha. En ocasiones, ese lugar apartado no es reconocido por la mayoría como el lugar donde todos debemos acudir en busca del poder sanador de la música. Buscamos la perfección como si fuera la panacea pero obviamos que en las pequeñas cosas puede estar la salvación. Ese lugar es el destino, el hogar deseado.

Ese lugar es en el que se instala la música de Elefantes. La banda de Barcelona acudió a la llamada del Festival de Música Española de Cádiz para defender el elogio de lo sencillo y, a través de algo que en apariencia es simple, agrandar su leyenda. Shuarma y compañía tienden a hacerlo siempre. Con modestia se presentan con un puñado de canciones que hablan de amor de manera explícita, sin alharacas lingüísticas, con un mensaje certero sobre los sentimientos de la gente donde usted y yo nos podemos sentir reconocidos.

Pero Elefantes sabe sacar partido de su maestría a la hora de hablar del más universal de los temas. Versátiles, animados, apasionados… El concierto que ofrecieron en el Teatro de la Tía Norica fue una exaltación continua de sentimientos que fueron del intimismo de temas como Me gustaría poder hacerte feliz (perfecto broche a una veintena de temas que sonaron a gloria) al desgarro de Duele, pasando por momentos de sana diversión y de vitalidad contagiosa como el vivido en Que todo el mundo sepa que te quiero. La banda sabe elegir el repertorio de sus actuaciones y se ve la maestría en la combinación entre temas de su último álbum (un fantástico La primera luz del día, obra de madurez absoluta de su sonido) y clásicos imperecederos como Azul o Que yo no lo sabía, ambos pertenecientes a la primera etapa de la formación. Una maestría que llevó al público asistente a una montaña rusa emocional que terminó con éxtasis colectivo en al menos tres momentos del concierto.

Jordi, Julio y Hugo conforman una banda perfectamente engrasada que materializó momentos de gran furia sonora. A eso sumamos un frontman espectacular (qué magnífica empatía la de Shuarma con su público) y un cancionero que rinde tributo a la música de todos, a la música popular (fuera matices peyorativos). Ahí están esos homenajes a José Luis Perales y a Los Bravos, incluyendo estupendas versiones de Te quiero y Black is black, respectivamente, canciones que fueron cantadas y jaleadas por el público gaditano con ánimo y excitación.

Y es que algo (bueno) quedó tras el paso de Elefantes por Cádiz. Quedó la sensación de gran banda que ofreció un show cuasi perfecto. Quedó la certeza de que habíamos buceado en un manojo de canciones sencillas pero con enormes cargas de profundidad. Quedó la alegría en rostros y cuerpos de una audiencia entregada a la banda. Quedaron momentos de pop y rock en perfecto equilibrio. Quedaron melodías resguardadas en ese lugar donde reside la música: el santuario de Elefantes donde todos queremos ir a vivir.

Fotos: @zuhmalheur 
Artículo originalmente publicado en Berenjena Company.

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