jueves, 21 de diciembre de 2017

¡A la mierda los actores!

Foto: @zuhmalheur
A la mierda los actores... y los directores y los autores y los escenógrafos y los iluminadores y los tramoyistas y los sastres y los músicos... Con el 21 por ciento de IVA nos vamos a la mierda todos. Incluidos todos aquellos que participan en la ceremonia mística del teatro. Pero no se me vayan ustedes a la mierda, que les queremos un montón y deseamos además, que se enteren de una cosa buena que acaeció en el Teatro Moderno hace unos días.

La ocasión la pitan calva. Un actor investido del personaje de un actor en un monólogo nacido de la pluma de un actor (bueno, director que alguna que otra vez se metió a actor... ¡qué se le pasaría por la cabeza!). El caso es que Morraya Teatro traía a escena su tercer montaje, tras la buena acogida que tuvieron los dos anteriores. Con la autoría de Javier García Teba, muñidor del género de teatro mínimo, Paco López -alma mater de la compañía chiclanera-, se subió a las tablas para hablarnos de esas Memorias de un actor en paro, obra que dirigió para la ocasión el propio autor y que nos habla de las miserias terrenales y morales que conlleva ser actor en un mundo donde no se valora tal esfuerzo. Pero hubo un esfuerzo; máximo, titánico, para ofrecernos un montaje ligero, dinámico, lleno de recovecos ideológicos sobre la profesión de payaso, de caricato, de intérprete.

Un texto corto expandido conceptualmente a una diatriba en favor de la conquista de los sueños personales y en contra de las cortapisas sociales. El actor es actor desde que nace. Puede haber formación, puede haber experimentación, pero el espíritu está ahí desde los inicios. Y para ello, López sacó adelante un personaje complicado (¿qué personaje no lo es?) sacándolo de su zona de confort y haciendo un esfuerzo para darle matices cómicos y de paso, ofrecernos una muestra de lenguaje corporal que era digno de agradecer. Para Paco López lo fácil hubiese sido dejarse llevar por el gran material de partida (¿qué obra de Teba no lo es?) y pecar de acomodaticio, pero supo insuflarle bríos a un personaje que jugó a ser físico, esquivo, rocoso en algunos momentos y sentimental en otros. Apoyado en una escenografía sobria y en una iluminación que acompañó la narración con delicadeza y muchos matices, supo sacar algo del calor de un personaje que muestra la frialdad de un mundo que es capaz de detestarle y de paso, enviar ese calor al valiente público que se acercó a las instalaciones del Moderno en una desapacible noche.

Morraya Teatro sigue en su línea de hablarnos del lado de los desfavorecidos, de aquellos que no son agraciados con el mundo que les ha tocado vivir. Lo hicieron en su anterior montaje y amplifican el mensaje en esta obra de Javier García Teba que nos lleva a pensar de forma concienzuda si en vez de enviar a la mierda a los actores, habría que hacerlo con otros que se lo merecen mucho más. No en vano, un actor solo está aquí para hacernos la vida un poquito más alegre. Que no es moco de pavo, oiga.

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