miércoles, 27 de abril de 2016

Una jaula de grillos (y II)

Érase una vez un pueblo llamado Chiclana...



Ese pueblo que va al tran tran, a verlas venir, sin un objetivo definido y que se mueve por designios cuasi divinos que al más común de los mortales nos hace palidecer en nuestra candidez. Pero empecemos. Hablamos de la situación política actual de Chiclana, que a muy pocos importará, vertebrando la narración a través de el último espasmódico y surrealista capítulo a cuenta del urbanismo local... Otra jaula de grillos.

Porque, por si no lo saben, Chiclana tiene un grave problema con su urbanismo, mejor dicho, con su falta de ordenación urbanística y con los desastres que desde hace medio siglo vienen consintiendo los que mandan. La última prueba la tienen con la aprobación plenaria del último Plan General de Ordenación Urbana (PGOU), con los votos favorables de casi todos los partidos y la abstención de alguno que otro, cosa inexplicable siendo sabedores todos ellos que va a ser un documento tumbado en cuanto llegue a sede judicial. Tienen razón los ecologistas al hablar de deficiencias en la génesis del documento. Es aquí donde encontramos al primer culpable: Territorio y Ciudad, empresa de diseño y gestión urbanística dirigida por Manuel Ángel González Fustegueras, un señor que ha sido responsable de los últimos planes redactados para Chiclana... y que curiosamente, todos han acabado en la basura, por sus defectos en fondo y forma que la Justicia ha interpretado como ilegalidades contantes y sonantes. Una anécdota para que ustedes se hagan una idea de cómo trabaja este estudio. Fustegueras y su equipo redactan planes urbanísticos para Chiclana y San Fernando. El equipo de Gobierno isleño denuncia que en el documento de ordenación de Chiclana aparece registrado el castillo de Sancti Petri que también lo está en el de la vecina localidad. ¿Ustedes lo comprenden? Yo no. La incógnita es saber por qué una vez tras otra, el dinero de los chiclaneros sirve para pagar el trabajo mal desempeñado de esta empresa.

Pero cojamos la máquina del tiempo y hagamos un poco de Historia, que eso siempre es saludable. Año 1967. El entonces Consistorio tardofranquista chiclanero ordena redactar un documento de ordenación urbanística ante el auge y desarrollo que vive el municipio, recién salido de los efectos de la Riada del 65 y con nuevas infraestructuras en funcionamiento (todo el nuevo entramado de pluviales y de fecales construidos a raíz de ese episodio que marcó el siglo XX del pueblo). Ese plan del 67 legal (con todas las reservas sabiendo en qué tiempo histórico nos encontrábamos) dio pábulo a que algunos chiclaneros empezaran a levantar sus "campitos" y a salirse de los "limites" del casco urbano. Los 70 siguieron el ritmo marcado en la época anterior y con el cambio de dictadura a democracia, poco tiempo se le prestó al descontrol urbanístico que por entonces asomaba.

Los 80 fueron los años clave. Las viñas fueron sustituidas por ladrillo y cemento. El corte de vides auspiciado por el Marco de Jerez a sus zonas de producción ante la amenaza de sanciones de la Comunidad Económica Europea (España también estrenó "europeidad" en esa década) no provocó la reconversión de la tierra en nuevas áreas cultivables, sino en manga ancha para el desarrollo del -sí señores, lo han adivinado-, ladrillo. El dinero corría de buena manera en una Chiclana que crecía y crecía, mientras también aumentaba la especulación, los trapicheos y el dinero negro. Las segundas residencias proliferaban entre los naturales del pueblo y algunos extranjeros ya olían el potencial turístico de la localidad y se asentaban a buenos precios en el extrarradio. Justamente antes del boom turístico y de la venta (a precio irrisorio) de los terrenos del Novo Sancti Petri, en el Ayuntamiento de Chiclana se encendió una luz de alarma -pequeñita, no se vayan a creer ustedes que la gente se volvía loca por tan grave problema-, y se publicaron unas Normas Subsidiarias en 1987 que vinieron a sustituir al PGOU ya anticuado de veinte años antes. Como verán, sustituimos un plan por unas normas, no nos vayamos a poner serios eh...

Con esa normativa del 87 estuvimos sobreviviendo unos cuantos años hasta que el auge turístico primero y el del ladrillo después hizo despertar ciertas alarmas y algún político local empezó a pensar que quizá era momento de arreglar una situación que por entonces -años 90- no había saltado a la opinión pública. Chiclana estaba en boca de todos, sí, pero por su impresionante crecimiento económico y por su riqueza, procedente del turismo... y de la construcción. Muchos chiclaneros y unos cuantos extranjeros habían "ocupado" el extrarradio, zonas sin urbanizar y por lo tanto, sin servicios básicos de luz, agua, recogida de residuos, etcétera y lo habían hecho sin cumplir las más mínimas exigencias previstas en la (escasa) legislación. Aquí hallamos a más culpables. Ese grupo de chiclaneros que sabiendo que estaban cometiendo una ilegalidad, siguieron con sus planes. Esos mismos chiclaneros que en algún momento de esta tétrica historia incluso se atrevieron a pedir una legalización gratuita de sus casas cuando la gran mayoría de sus paisanos pagaba y pagaba por licencias de obra o por impuestos de sus viviendas. Injusto, ¿no creen?

Los 90 pasaron y en los medios de comunicación empezaron a surgir los escándalos de corrupción urbanística. A algún iluminado político chiclanero se le ocurrió que lo de Operación Malaya tenía que ver con que era un dispositivo contra la corrupción urbanística efectuada entre Mal-aga y Aya-monte. Y que por esa regla de tres, Chiclana iba a ser incluida y todos los culpables del desastre urbanístico (o sea, según ellos, el PSOE), se iban a ir a la cárcel cuales vulgares apandadores marbellíes. La cuestión es que eso no pasó, aunque está claro que el PSOE, tanto local como el de la Junta, también tuvieron su gran parte de culpa en este desaguisado. Primero por omisión y luego por una absoluta condescendencia con lo que estaba pasando. Algo que también repitió el equipo de Gobierno del Partido Popular cuando le tocó gobernar. En este último caso, podemos añadir además, la absoluta desidia para arreglar este problema, así como una lamentable falta de ideas. A todo ello hay que añadir la insultante fiebre de la construcción en este pueblo (¿cuántos Porches Cayenne se compraron en esa época, señor mio?), la connivencia de los poderes públicos con constructores, corredores, inmobiliarias y pequeños mafiosos que se han hartado de ganar dinero a costa de muchos chiclaneros que apostaron por ahorrarse algo de pasta para tener la casa de sus sueños en terrenos sin servicios y -ojo al dato-, hasta inundables (léase, la Rana Verde). Daba igual. Ese es el lema de este triste pueblo. Da igual todo.

La cuestión es que entre esas Normas Subsidiarias del 87 y este último PGOU que ha sido aprobado en Pleno pero al que auguro un final abrupto por ilegal, han pasado por nuestro pueblo al menos cuatro ordenamientos jurídicos distintos que no han servido para ofertar soluciones. Documentos elaborados por el mismo equipo redactor, al que nunca se les ha pedido responsabilidades por su falta de celo profesional. Estoy convencido de que el próximo Plan General de Chiclana lo ganará de nuevo en concurso público y en buena lid este gran equipo de trabajadores.

Y los políticos... Ahí están. Ciegos, sordos, mudos ante una realidad palpable, vergonzosa. Y todo ello ante un pueblo, el chiclanero que ni siente ni padece. Solo va al tran tran... a ver cómo pasa el tiempo sin que suceda nada. Y eso es lo que pasa en un pueblo como Chiclana, donde el héroe es aquel que fomenta su empleo a cambio de prostituir ideas. Y aquel que no vende sus ideas es tildado de loco.

Y colorín, colorado, aquí esta historia ha acabado... Aunque espera, ¿todo era ficción?

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