miércoles, 13 de mayo de 2015

El discreto encanto del erotismo (I)

Reconozco que es fácil, muy fácil. Digo lo de confundir erotismo con pornografía. Tiremos de diccionario para desentrañar este misterio.

Pornografía: Carácter obsceno de obras literarias o artísticas.
Erotismo: Exaltación del amor físico en el arte.

Ahí tenemos una diferencia aunque discrepo sensiblemente con los señores académicos en la acepción de pornografía. Sexo por el sexo, sí, sublimación del acto costal con el (casi) único interés de “poner” al personal, vale. Pero de ahí a calificar la pornografía como algo “obsceno” me parece que ya raya en lo mojigato. Pero no estamos aquí para defender a la pornografía porque doctores tiene la iglesia y no seré yo uno de ellos (aunque dicho sea de paso), me parece un género literario o cinematográfico, como otro cualquiera, con sus peculiaridades, claro.

En el erotismo, el concepto se muestra más diáfano. Los señores académicos aciertan algo más en esa acepción, aunque el concepto popular de lo erótico, y entrando ya en materia, del cine erótico, parece ser el del que está concebido para “exaltar” o “excitar” al personal sin rebasar los límites de lo que la moral cristiana y la legislación de ciertos países consideran pornografía. Me cuesta creer que a estas alturas, aún se confundan términos y se meta en el mismo cajón ambos fenómenos. La gente peca de arbitrariedad al hablar de estos términos. Acudamos a percepciones a pie de calle para ver qué se tiene por una cosa y qué por la otra. Si los actores fingen en una película es erótico y si no fingen es pornográfico. Visión simplista y reduccionista que deja en fuera de juego otros matices. Como en otros aspectos de la vida, hay muchos matices de grises entre el blanco y el negro y en el campo del erotismo no iba a ser menos. Si esa es la definición aceptada por la mayoría, el género visto así queda en una cosa bastante pobre y me atrevería que decir que rayando en lo underground o marginal: un quiero y no puedo, una tierra de nadie o un frustrante sucedáneo del cine X. Pero como estamos aquí para intentar aclarar ideas y enterrar mitos, analicemos la cuestión más en profundidad. Está claro que los que quieren alegrar su entrepierna no se andan con tonterías y van directos a ver porno en internet, y los que tienen otras inquietudes piensan que otros géneros se las podrán saciar mejor. No es de extrañar que al erotismo le cueste encontrar un público y sólo mantenga una buena salud en países que todavía no han resuelto la cuestión de la censura: Estados Unidos, donde las películas de Pedro Almodóvar son consideradas pornográficas (!), e Italia, país donde la lujuria sigue siendo el pecado nacional y donde la proximidad del Vaticano provoca aún de vez en cuando, algún que otro caso bochornoso de prohibiciones de películas. Afortunadamente en nuestro país, la Transición tapó muchas bocas críticas con el generalizado destape de las actrices patrias y poco tiempo después, la censura dejó de dar tijeretazos a diestro y siniestro.

Lo pornográfico en Almodóvar... (¡Átame!, 1989)

También es cierto, que entre el mundo de los entendidos ha habido bastante ignorancia, quizás por desconocimiento del medio en el que se desenvolvía la industrial del cine erótico e incluso por prejuicios ideológicos que se aplicaban a lo que se estaba viendo en la pantalla. Así, algunos críticos tampoco ayudaron al establecimiento del cine erótico como un género consolidado y en cierta medida, respetable; hubo una época en el que el concepto de película erótica lo aplican sólo a las españoladas e italianadas de los años setenta. Un film que compagine el contenido tórrido con alguna pretensión artística ya no es una película erótica a secas, sino un drama erótico o un thriller erótico, terminología que aún se siguen usando, con bastante miedo a decir que una película como por ejemplo Fuego en el cuerpo (obra maestro del noir y del erotismo, escrita y dirigida por Lawrence Kasdan), es una película abiertamente erótica por cuanto toca nuestras más profundas pulsiones. Sin embargo, en la época de su estreno (1981), a esta cinta simplemente se la catalogó como “drama” o “cine negro”.

Podemos contemplar otra opción para considerar erótica a una película que sería la que plantea otras cuestiones o utilice elementos de otros géneros, pero que se centra en varios o en alguno de los aspectos de la sexualidad, al margen de si los personajes practican el sexo o tienen comportamientos relacionados con el mismo. Seguramente sería muy chocante para muchos el llamar eróticas a películas de qualité donde ni siquiera hay desnudos, como Sexo, mentiras y cintas de video (Steven Soderbergh, 1989) o muchas obras de Woody Allen, pero sería un concepto más amplio y más completo del género. Lo que es innegable es que tanto en un caso como en otro estamos hablando de obras plenamente sexuales, por cuanto el sexo (hablado), está muy presente.

Breve historia del género

Los orígenes
Somos lo que somos. Y si en el confort de nuestra intimidad nos comportamos como lo que somos, seres sexuales, esas actitudes también se tuvieron que reflejar desde los primeros momentos de ese invento llamado cinematógrafo. Incluso el porno tuvo sus primeras demostraciones en esos pequeños cortos que hace unos años editó una productora bajo el título (creo recordar) El sexo de nuestros abuelos. Pero durante muchos años no existió el cine para adultos; el cine era el entretenimiento popular para toda la familia, y lo que no fuera adecuado para los niños, sencillamente no se podía ver en la pantalla. Esta imposición de la mirada infantil convirtió al sexo en algo inexistente o reducido a su mínima expresión en el cine clásico.

Tuvieron que pasar muchos años, y muchas películas, para que se pudieran comprobar los primeros escarceos eróticos en una pantalla grande. Como uno de los momentos fundacionales está, a mi modesto entender, esos maravillosos contoneos de Rita Hayworth entonando (en realidad quien cantaba era Anita Ellis), Put the blame on mame en Gilda (Charles Vidor, 1946), con un vestido ajustado pero nada escandaloso. Esas fueron las escenas más atrevidas del celuloide de los años 40 y lo más parecido al cine
Gilda. Rita.
erótico que se puede encontrar en el Hollywood de la época. Por supuesto, algunos directores muy hábiles eran capaces alguna que otra vez de subvertir las reglas de los géneros y convertir de forma velada la sexualidad de sus personajes en el motor de la historia: uno de los casos más famosos es Vértigo/De entre los muertos (Alfred Hitchcock, 1958), thriller durante la primera mitad de la película y un estudio del fetichismo y e incluso de la necrofilia durante la segunda.

Pero qué podemos decir de Hitchcock que no se haya dicho ya. Indudablemente es el gran erotómano de la etapa clásica de Hollywood. El elenco de rubias que actuaron en sus filmes es abrumador (Madeleine Carroll en Los 39 escalones y Agente secreto, Carole Lombard en Mr. and Ms. Smith, Ingrid Bergman en Recuerda y Encadenados, Grace Kelly en Crimen perfecto, La ventana indiscreta y Atrapa a un ladrón, Doris Day en El hombre que sabía demasiado, Vera Miles en Falso culpable y Psicosis, Janet Leigh, también en esta última, Kim Novak en Vértigo, Eva Marie Saint en Con la muerte en los talones, Tippi Hedren en Los pájaros y Marnie, la ladrona o Julie Andrews en Cortina rasgada). Las “perversiones” del señor Hitchcock (dicho desde el cariño y la admiración a su cine), no acaban ahí, puesto que el asesino protagonista de Frenesí, estrangulaba a sus víctimas, siendo estas preferiblemente mujeres rubias.

Otro gran erotómano fue Luis Buñuel, sobre todo en su etapa mexicana en la que se configuró como todo un experto en hacer melodramas a partir de las paranoias sexuales de obsesos, como en Él o en Historia de un crimen. Más adelante, el director de Calanda escalandizaría a los más puritanos con ciertas escenas (y en general con todo su discurso narrativo), de Viridiana o de Belle de jour, entre otras.

El cine de los 50 también nos dejó algunas muestras de cierto erotismo subyacente en algunos fotogramas. No muchos es cierto. Recordemos que estamos en plena época de utilización del código Hays (documento que “recomendaba” ciertas prohibiciones en todo lo que significaba mostrar alguna parte del cuerpo), censura pura y dura que  por ejemplo en uno de sus artículos dice que “las escenas de pasión no deben ser introducidas en la trama salvo que sean indispensables. No sé mostrarán besos ni abrazos de una lascividad excesiva, de poses o gestos sugestivos”. Ahí queda eso. Apuntemos también que el “trabajo” realizado por el Comité de Actividades Antiamericanas, propulsado por el senador McCarthy, hizo que muchas de las mejores plumas de Hollywood, se escondieran en temor a posibles represalias. Entre ellas está la de Gore Vidal, cuya famosa escena abiertamente homosexual en el guión de Espartaco, entre los personajes de Tony Curtis y Lawrence Olivier, fue eliminada del metraje original (impagable ver a los dos hablando de gustos sobre caracoles y ostras).



Pero a lo que íbamos. Escenas eróticas (aunque fueran superficiales) las hubo. Analicemos para ello La gata sobre el tejado de zinc. Ya en el texto de Tennessee Williams subyace ese fragor erótico en la dialéctica de los dos personajes principales. Trasladados al celuloide, la pulsión erótica se vuelve más franca al ver a dos monstruos del cine de esa época (y dos bellezas), como son Elizabeth Taylor y Paul Newman. El quiero y no puedo de ella, al no obtener “respuesta sexual” de un marido, atormentado por el recuerdo de un amigo al que desea y no puede tener porque ya ha muerto, muestra el discurso abiertamente sexual pero que gracias a la pericia como director de Richard Brooks y al libreto de Williams, resalta bajo un pátina de difícil relación matrimonial.


Continuará....


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